sábado, 27 de marzo de 2010

Dormir para aprender

Las últimas investigaciones realizadas por la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia confirman que el sueño es imprescindible para el aprendizaje y, además, nos dice qué fases del sueño son las más importantes y qué áreas cerebrales están implicadas en el descanso.

Por eso te propongo que escuches esta cuña de Radio 5 de RNE.

Miguel Hernández: las abarcas desiertas

Os dejo ahora este poema de Miguel Hernández lleno de la ternura dramática de un niño por el que la infancia casi que pasó de puntillas; tanto es así que ni los Reyes Magos pasaron por su ventana infantil. Pero ahora en versión ilustrada.

martes, 23 de marzo de 2010

Miguel Hernández: Del ay al ay -por el ay

La verdad es que la sensación que se tiene cuando se leen muchos poemas de Miguel Hernández es la tristeza, la pena de vivir. Su vida es una pena tras otra. Su cuna fue muy pobre y su vida fue ir arrastrando penosamente su alma por las tierras de España. Es natural que su compromiso político fuese con el bando republicano; y llegó a alistarse en sus milicias; y con sus dotes literarias arengaba a las tropas.

Él confiesa que la vida, su vida es dolor, dolor desde siempre. La repetición del ay es síntoma de ello.



Hijo soy del ay, mi hijo,

hijo de su padre amargo.

En un ay fui concebido

y en un ay fui engendrado.

Dolor de macho y de hembra

frente al uno el otro: ambos.

En un ay puse a mi madre

el vientre disparatado:

iba la pobre –¡ay, qué peso!–

con mi bulto suspirando.

–¡A y, que voy a malparir!

¡Ay, que voy a malograrlo!

¡Ay, que me apetece esto!

¡Ay, que aquello será malo!

¡Ay, que me duele la madre!

¡Ay, que no puedo llevarlo!

¡Ay, que se me rompe él dentro,

ay, que él afuera! ¡Ay, que paro!

En un ay nací: en un ay

y en un ay, ¡ay! fui criado.

– ¡A y, que me arranca los pechos

a pellizcos y a bocados!

¡Ay, que me deja sin sangre!

¡Ay, que me quiebra los brazos!

¡Ay, que mi amor y mi vida

se quedan sin leche, exhaustos!

¡Ay, que enferma! ¡Ay, que suspira!

¡Ay, que me sale contrario!

D el ay al ay, por ay,

a un ay eterno he llegado.

Vivo en un ay, y en un ay

moriré cuando haga caso

de la tierra que me lleva

del ay al ay trasladado.

¡Ay!, dirá, solo, mi huerto;

¡ay!, llorarán mis hermanos;

¡ay!, gritarán mis amigos,

y ¡ay!, también, cortado, el árbol

que ha de remitir mi caja,

ya tal vez sobre lo alto,

ya tal vez bajo los filos

del hacha fiera en la mano.

E l mundo me duele: ¡ay!

Me duele el vicio, y me paso

las horas de la virtud

con un ay entre los labios.

¡Ay, qué angustia! ¡Ay, qué dolor

de cielos, mares y campos;

de flores, montes y nieves;

de ríos, voces y pájaros!

Por palicos y cañicas

¡ay!, me veo sustentado.

El lilio no me hace señas,

¡ay!, con pañuelito cano.

Las pitas no me defienden,

con sus espadones áridos,

del demonio. Las palmeras

no me quieren hacer alto

por más que viva a la sombra

de estrella de sus palacios.

No me pone la naranja

el ojo redondo y claro,

ni con sus luces porosas

el limón el gusto amargo.

Y ¡adiós!, el aire me dice

cuando pasa por mi lado.

La inmovilidad del monte

no lleva mi sangre al paro,

ni hacia los cielos me tiran

honda ruda y puro raso,

y tengo la carne siempre

pechiabierta a los pecados.

Sucias rachas tumban todas

las cometas que levanto,

y todos los ruy-señores

esquivos y solitarios

se burlan de ver mis sitios

malamente acompañados.

¡Ay!, todo me duele: todo:

¡ay!, lo divino y lo humano.

Silbo para consolar

mi dolor a lo canario,

y a lo ruy-señor, y el silbo,

¡ay! me sale vulnerado.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Miguel Delibes: adiós, gracias


En estos días en que los asuntos familiares hacen que los ánimos pasen por horas bajas, hemos tenido que acompañar nuestras congojas con la noticia triste de la desaparición de un escritor que he seguido y leído desde hace mucho tiempo.
Hombre sencillo, de gesto amigable, escritor por vocación y periodista de profesión, lo que me gustó siempre de él fue su maestría en el manejo del español. Era capaz de transmitir las emociones más sinceras e intensas con palabras muy sencillas. Sabía llegar a los lectores sin necesidad de alardes complicados. Su técnica era el conocimiento y el dominio íntimo de la palabra, valerse de lo que de manera clara refiere a los objetos cercanos. Y por supuesto, como otro noventayochista, su conocimiento de Castilla y su amor por la tierra, por sus gentes. Su pasión de cazador está detrás de todo ello. De cazador que respeta los ciclos naturales y comprende, porque es capaz de analizarla, la labor cinegética.

Qué decir de esas Viejas historias de Castilla la Vieja, deliciosas por su naturalidad; qué ternura la de esos niños de El camino; qué autenticidad en Las ratas; qué prodigioso El hereje; qué sinceridad en Señora de rojo sobre fondo gris. La sombra del ciprés es alargada es una obra de iniciación de extraordinaria belleza. Cinco horas con Mario abre nuevos caminos en la manera de contar las cosas. Y Los santos inocentes es el reflejo de su pasión por la caza. Y hasta la nueva democracia que se abría paso en el año 78 fue objeto de su pluma en El disputado voto del señor Cayo.

Por todo ello, me gustaría darle las gracias sinceras por haberme hecho disfrutar de su prosa sencilla y natural. GRACIAS, Miguel.

Página oficial de Delibes.

Miguel Delibes: La obra literaria.

Especial de El País dedicado al escritor.

Especial de Público.

También el mundo dedica una sección especial a Miguel Delibes: El castellano conciso.

Delibes en el Centro Virtual Cervantes.

Programa de Radio Nacional de España dedicado al escritor vallisoletano.

La RAE hará un homenaje a Delibes el próximo 15 de abril.

Miguel Delibes, paisajes con palabras.


Siluetas - Entrevista a Miguel Delibes -12/03/10



Miguel Delibes: Entrevista en la que habla del alzheimer (Siluetas)

sábado, 6 de marzo de 2010

Miguel Hernández: Las nanas de la cebolla

Exaltación de la alegría de vivir por parte del padre Miguel Hernández, que aconseja a su hijo que defienda la risa por encima del hambre y las penurias en las que vive. No quiere que sea consciente de las circunstancias por las que él está pasando. Hermoso y gran poema este, lleno de ternura, no por conocido y repetido, menos valorado.

viernes, 5 de marzo de 2010

El Lazarillo de Tormes no es anónimo


Ya hace años que se venía diciendo. Prestigiosos filólogos habían encontrado indicios que orientaban las miradas a Diego Hurtado de Mendoza, pero no se contaba con documentos que pudieran afirmar nada en ese sentido. La paleógrafa Mercedes Agulló ha conseguido testimonios documentales que podrían confirmar este aserto. Así lo acredita López de Velasco, el albacea testamentario de Hurtado de Mendoza. Las conclusiones se van a publicar pronto en un nuevo libro de esta autora, que aparecerá con el título de A vueltas con el autor del Lazarillo.

Primera documentación sobre su autoría (Pablo Jauralde).
Obras de Hurtado de Mendoza.

jueves, 4 de marzo de 2010

Ángel González: El campo de batalla

Nuevamente la sinrazón de la contienda bélica es el argumento de este poema de Ángel González. Todo un alegato por la paz:



Hoy voy a describir el campo
de batalla
tal como yo lo vi, una vez decidida
la suerte de los hombres que lucharon
muchos hasta morir,
otros
hasta seguir viviendo todavía.

No hubo elección:
murió quien pudo,
quien no pudo morir continuó andando,
los árboles nevaban lentos frutos;
era verano, invierno, todo un año
o más quizá, era la vida
entera
aquel enorme día de combate.

Por el Oeste el viento traía sangre,
por el Este la tierra era ceniza,
el Norte entero estaba
bloqueado
por alambradas secas y por gritos,
y únicamente el Sur,
tan sólo
el Sur,
se ofrecía ancho y libre a nuestros ojos.

Pero el Sur no existía:
ni agua, ni luz, ni sombra, ni ceniza
llenaban su oquedad, su hondo vacío:
el Sur era un inmenso precipicio,
un abismo sin fin de donde,
lentos,
los poderosos buitres ascendían.

Nadie escuchó la voz del capitán
porque tampoco el capitán hablaba.
Nadie enterró a los muertos.
Nadie dijo:
"dale a mi novia esto si la encuentras
un día"

Tan sólo alguien remató a un caballo
que, con el vientre abierto,
agonizante,
llenaba con su espanto el aire en sombra:
el aire que la noche amenazaba.

Quietos, pegados a la dura
tierra,
cogidos entre el pánico y la nada,
los hombres esperaban el momento
último,
sin oponerse ya,
sin rebeldía.


Algunos se murieron,
como dije,
y ,los demás, tendidos, derribados,
pegados a la tierra en paz al fin,
esperan
ya no sé qué
-quizá que alguien les diga:
"amigos, podéis iros, el combate..."
Entre tanto,
es verano otra vez,
y crece el trigo
en el que fue ancho campo de batalla.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Ángel González: Primera evocación

Ángel González es autor de una poesía comprometida con el hombre, teñida de ironía fina y de humor. Nació en Oviedo y su infancia estuvo marcada por la sombra de la guerra civil y por la muerte prematura de su padre cuando él apenas tenía dos años. En este poema que os presento el escritor quiere hacer que el lector sienta la insensatez, el sinsentido, de las guerras, que nunca llevan a nada, más que a la destrucción y a la barbarie. El personaje primero es su madre, pero eso es solo la excusa para hablar de la destrucción de la Guerra Civil, que rompió a su familia:



Recuerdo
bien
a mi madre.
Tenía miedo del viento,
era pequeña
de estatura,
la asustaban los truenos,
y las guerras
siempre estaba temiéndolas
de lejos,
desde antes
de la última ruptura
del Tratado suscrito
por todos los ministros de asuntos exteriores.

Recuerdo
que yo no comprendía.
El viento se llevaba
silbando
las hojas de los árboles,
y era como un alegre barrendero
que dejaba las niñas
despeinadas y enteras,
con las piernas desnudas e inocentes.
Por otra parte, el trueno
tronaba demasiado, era imposible
soportar sin horror esa estridencia,
aunque jamás ocurría nada luego:
la lluvia se encargaba de borrar
el dibujo violento del relámpago
y el arco iris ponía
un bucólico fin a tanto estrépito.

Llegó también la guerra de un mal verano.
Llegó después la paz, tras un invierno
todavía peor. Esa vez, sin embargo,
no devolvió lo arrebatado el viento.
Ni la lluvia
pudo borrar las huellas de la sangre.
Perdido para siempre lo perdido,
atrás quedó definitivamente
muerto lo que fue muerto.

Por eso (y por más cosas)
recuerdo muchas veces a mi madre:
cuando el viento
se adueña de las calles de la noche,
y golpea las puertas, y huye, y deja
un rastro de cristales y de ramas
rotas, que al alba
la ciudad muestra desolada y lívida;

cuando el rayo
hiende el aire, y crepita,
y cae en la tierra,
trazando surcos de carbón y fuego,
erizando los lomos de los gatos
y trastocando el norte de las brújulas;

y, sobre todo, cuando
la guerra ha comenzado,
lejos -nos dicen- y pequeña
-no hay por qué preocuparse-, cubriendo
de cadáveres mínimos distantes territorios,
de crímenes lejanos, de huérfanos pequeños...