Victoriano Crémer nace en Burgos el 18 de diciembre de 1906. Hijo de un
trabajador de la Compañía de Ferrocarriles del Norte de España. Desde muy pequeño tiene que simultanear los estudios con pequeños
trabajos como vendedor de periódicos o labores en el campo. Se traslada
con su familia a León, donde
tras completar sus estudios comienza a trabajar de mancebo de botica
y de tipógrafo. Apoyó el movimiento anarco-sindicalista y estuvo
encarcelado en la época de la guerra civil. Fue
redactor de El Correo Español-El Pueblo Vasco, de Bilbao, Las
Provincias, de Valencia, Diario de León, Informaciones, de Madrid y de
El Norte de Castilla, de Valladolid. Obtuvo en 1951, el Premio Boscán
de Poesía, concedido en Barcelona, por su obra Nuevos cantos de vida
y esperanza y ha sido galardonado con el Premio Nacional de Literatura
en 1962; el Premio de Poesía Castellana Ciudad de Barcelona en
1971, con el Premio Castilla y León de las Letras en 1994, con la
Medalla de Oro al Mérito del Trabajo en 2007, el Premio Gil de Biedma en
2008 por su poemario El último jinete y con la Medalla de Oro al
Mérito en Bellas Artes en 2009. Victoriano Crémer falleció en León
el 27 de junio de 2009, a los 102 años.
Entre su obra poética podemos mencionar: Tendiendo el vuelo (1928), Tacto sonoro (1944), Caminos de mi sangre (1947), Las horas perdidas (1949), Furia y paloma (1956), El amor y la sangre y Los cercos (1976). Ha escrito también las novelas Libro de Caín (1958) e Historias de Chu-ma-Chuco
(1970), en las que se ocupa de temas sociales. Crémer escribió una
poesía impura y humanizada, que conectaba con la línea de Pablo Neruda
de los años 30 y aludió a los problemas obreros, tropezando en ocasiones
con la censura de su época.
Es uno de los mejores representantes de la llamada
poesía desarraigada de posguerra y canalizó los intereses de toda una
generación de poetas que encontraron en ella salida a su expresión.
Crémer incluyó en su obra una serie de intereses que van desde las
preocupaciones existencialistas a la denuncia de la injusticia social y
la degeneración de los valores en la sociedad contemporánea.
En esa línea de denuncia social se inscribe este poema, que cuenta el diáologo entre un niño pobre y su madre. Aquél le pide comida a esta, y su madre, que no tiene nada que darle, se pierde en ensoñaciones para que su hijo trate de olvidarse de que tiene hambre.
custodian el aire.
Un toro de sombra
mugiendo en los árboles.
—Madre, tengo miedo
del aire.
Mira las estrellas.
Aún no son de nadie;
ni son del Obispo
ni son del Alcalde.
—Madre, quiero una
que hable.
Patitas de cabra
siguen vacilantes
al osito blanco
de la luna errante.
—Madre, quiero un oso
que baile.
Pandero de harina:
luna en el estanque.
Las cinco cabrillas
sin cesar, tocándole.
—Madre, se me hielan
las carnes.
Floridas de escarcha
ya son como panes.
La aurora las dora
y acorteza el aire.
—Madre, no te oigo.
¡Tengo hambre!
¡Uuuuuuuh...! Duerme, mi niño;
que viene el aire
y se lleva a los niños
que tienen hambre.