jueves, 27 de junio de 2019

Cuentos populares españoles: El peral de la tía Miseria


La tía Miseria era una mujer pobre y anciana, que vivía en una choza a las afueras del pueblo y no tenía más que un jergón para dormir, una silla para sentarse y un cestillo para recoger las peras que daba un peral que tenía a la puerta de su casa. El peral era un árbol muy generoso que daba todos los años unas peras muy buenas y la tía Miseria vendía las peras y con eso e ir a pedir limosna se mantenía durante todo el año.
Pero ocurría que, como las peras eran tan buenas, los chicos del pueblo venían y se las robaban y ella sólo podía recoger las que dejaban. Y como era de edad muy avanzada no podía correr detrás de ellos y en cuanto se descuidaba se las robaban y escapaban a la carrera. Y otras veces se las robaban porque tenía que ir a pedir limosna y no podía vigilar el árbol.
También tenía un hijo que se llamaba Ambrosio por el hambre que pasaba, pero ya no vivía con ella y no sabía dónde estaba. Y tenía un perro mil razas que era su única compañía. A veces les echaba el perro a los chicos, pero éstos le espantaban al animal a cantazos.
Un día apareció a la puerta de su casa un pobre. Era un día en que había estado nevando todo el rato y ya al anochecer se presentó el pobre. La tía Miseria lo invitó a pasar y a compartir unas sopas de pan que había hecho con el producto de las limosnas de ese día. Y como el pobre estaba aterido, que se ve que lo había pasado muy mal, le cedió su jergón, compadecida, y ella se echó a dormir en el suelo sobre un montón de paja.
A la mañana siguiente, la tía Miseria vio que el pobre se levantaba ya para irse y le dijo:
—Espere usted, que primero me voy al pueblo a buscar unos pedazos de pan que me habían prometido ayer y los traigo para que se vaya usted desayunado.
El pobre se negó y la tía Miseria insistió e insistió; e insistía tanto que al fin el pobre se vio obligado a decirle que él era en realidad un santo del cielo y que Dios le había mandado al mundo para ver cómo se ejercía la caridad y que, haciendo este encargo, había dado con ella. Y le dijo:
—En vista de tu bondadoso corazón voy a concederte una gracia, la que tú me pidas.
Y la tía Miseria no quería pedirle nada, pero de pronto se acordó de sus fatigas con el peral y le dijo:
—Vea usted, le voy a pedir una gracia: que siempre que alguien se suba al peral a comerse mis peras, no pueda volver a bajar de él sin que yo se lo mande.Y el santo del cielo se lo concedió.
Al año siguiente, cuando llegó el momento de que las primeras peras empezasen a madurar, llegaron como siempre los chicos a robar las peras; subieron al árbol a cogerlas y allí se quedaron agarrados sin poderse bajar. Entonces llegó la tía Miseria y les dio buenos palos a todos en el culo con su cachaba y el perro unos buenos mordiscos en las piernas. Cuando se cansó y los dejó ir, corrían todos que se las pelaban de vuelta a sus casas. Pronto se extendió la noticia de lo que ocurría a quienes se subían al peral de la tía Miseria y desde entonces no volvieron a quitarle una pera. Y, claro, como ahora podía venderlas en la época en que los frutos maduraban, ella sacaba un dinero para aliviar su pobreza.
Así pasaron los años y la tía Miseria cumplió más de noventa.
Un día llegó a la puerta de su casa uno que parecía hombre y mujer, cubierto con una gran capa negra y con una guadaña al hombro y le dijo a la tía Miseria:
—Vamos, Miseria, que ha llegado tu hora.
La tía Miseria reconoció en seguida a la Muerte. Y empezó a protestar:
—¡Mira tú! Ahora que estaba pasando unos años tranquila, ahora que estoy viviendo yo tan a gusto con mis cuatro cosas, quieres que te acompañe. Pues no me quiero morir.
Porfió la tía Miseria y lo argumentó de todas las maneras, pero al fin vio que no podía esquivarla y entonces le dijo a la Muerte:
—Bueno, está bien, ya me voy; pero, mientras me arreglo, haz el favor de cogerme esas cuatro peras que quedan en el peral, que las quiero para el camino.
La Muerte accedió y se subió al árbol a coger las peras; y al ir a bajar vio que no podía y que se había quedado agarrada a él. E hizo todos los esfuerzos que sabía, pero nada, no hubo manera y allí se quedó. Y la tía Miseria, que la observaba desde el ventanuco, le gritó:
—Ahí te quedas tú y aquí me quedo yo, que sin mi permiso no puedes bajar.
Así pasaron otros pocos años y, entretanto, en el mundo empezó a sentirse la ausencia de la Muerte y nadie se moría. Los viejos se hacía más viejos, pero ninguno moría. No se moría la gente ni en las guerras. Los que, desesperados, se suicidaban, sólo quedaban malheridos. Había muchos enfermos que pedían a los médicos que los mataran y los médicos, a su vez, no podían con todos y andaban buscando algún modo de que se muriese la gente. La desesperación era muy grande y cada vez aumentaba más y muchísima gente odiaba la vida y trataba de deshacerse de ella. Pero no había manera, porque la Muerte estaba colgada del peral de la tía Miseria.
De modo que estaban todos los médicos más desesperados que nadie y unos a otros corrieron la noticia de que habían tomado la decisión de encontrar a la Muerte donde fuera y se esparcieron por el mundo a buscarla, cada uno donde tenía a sus enfermos, por insignificante que fuera el lugar; y uno de ellos acertó a pasar cerca de la choza de la tía Miseria. Y al verlo, la muerte le llamó:
—¡Eh, tú, médico!
El médico la reconoció de inmediato:
—¡Vaya, vaya, al fin, mi amiga la Muerte! —dijo loco de contento, porque la verdad es que a aquel médico se le moría mucha gente—. Sabrás que te andamos buscando por medio mundo.
—Pues sácame de aquí, que estoy atrapada en el peral.
El médico, ni corto ni perezoso, se subió al árbol para ayudar a la Muerte y quedó preso él también. Y así estuvo día y noche junto a la Muerte hasta que sus familiares, que eran de allí cerca y le andaban buscando en la creencia de que se habría perdido en el bosque, lo encontraron agarrado al árbol. Y llamaron a otros del pueblo y al alcalde y entre todos llegaron con hachas para derribar el peral; y en esto la tía Miseria apareció por allí y les gritó:
—¡No me cortéis el peral, que es lo que más quiero en el mundo!
Y ellos le dijeron:
—Pues tenemos que hacerlo para librar a la Muerte, que los enfermos y los viejos y los heridos y todo el mundo están que ya no pueden más de tantas calamidades.
Y dijo la tía Miseria:
—Pues aunque me cortéis el árbol no se soltará de él nadie que esté agarrado. Así que yo soltaré a la Muerte con una condición.
—¿Cuál es la condición? —preguntó la Muerte.
—Que no vengas por mí ni por mi hijo Ambrosio hasta que yo te llame tres veces —respondió la tía Miseria.
—De acuerdo —dijo la Muerte. Y la tía Miseria la dejó ir.
La Muerte, apenas se vio libre, empezó a segar vidas con su guadaña. La gente empezó a morir por todas partes, morían miles y miles, viejos, enfermos, heridos, y hubo más guerras que nunca y la Muerte no daba abasto después de tantos años porque había muchísimos que la buscaban y tenía que atender a todos de la mañana a la noche, sin descanso. Y segó tantas vidas como nunca se pudo ver antes.
Mientras tanto, la tía Miseria siguió viviendo en su choza con su peral, su jergón, su silla, su cesto y su perro, tan tranquila por más que pasaran los años, pidiendo limosna y vendiendo sus peras en temporada. Y allí sigue, porque como la tía Miseria no ha llamado aún a la Muerte, todavía existe en el mundo; y ella y su hijo el Hambre existirán siempre, pues no tienen la menor intención de llamarla.

Cuentos populares españoles, edición de José María Guelbenzu

sábado, 8 de junio de 2019

Mitología: Eros y Psique


Cuenta la leyenda que hace muchos años había un rey que tenía tres hijas. Las tres eran bellísimas, pero la belleza de la menor, Psique, era sobrehumana. Hasta tal punto que de todas partes acudían a admirarla y comenzaban a adorarla como si de una reencarnación de la diosa Afrodita se tratase. Os podéis figurar el ataque de celos de la diosa ante la belleza de Psique cuando se da cuenta de que los hombres estaban abandonando sus altares para ir a adorar a una simple mortal. No se le ocurre mejor idea que pedir a su hijo Eros que intercediese para poner fin a semejante ofensa. 
La idea era que Eros, -al que más tarde, en la mitología romana, conoceremos como Cupido - le lanzase una de sus flechas que la haría enamorarse del hombre más horrible y ruin que pudiese existir. Pero como os podéis figurar la historia le salió fatal a Afrodita. ¿Por qué? Vayamos poco a poco y veamos primero cómo era la vida de Psique. A Psique la belleza no le había traído ninguna felicidad. Los hombres, como ya hemos dicho antes la idolatraban de mil maneras, pero ninguno osaba pedir su mano y esto empezaba a preocupar a sus padres quienes ya habían casado a sus dos hermanas mayores. 
Tal era la desesperación que intentando buscar la solución correcta no se les ocurrió mejor idea que consultar al Oráculo. Pero lejos de encontrar consuelo lo que el Oráculo predijo fue que Psique se iba a casar en la cumbre de una montaña con un monstruo venido de otro mundo. Y como nadie osaba cuestionar las predicciones del Oráculo, Psique aceptó su destino y sus padres le llevaron hasta la cima de la montaña donde, llorando, la abandonaron. Allí se la encontró Céfiro, el dios del viento del oeste. Céfiro era el más suave de todos los vientos y se le conocía como el viento fructificador, mensajero de la primavera. Este, lejos de abandonarla a su suerte, la elevó por los aires y la depositó en un profundo valle sobre un lecho de verde césped. 
Psique extenuada con tantas emociones, se quedó dormida y al despertar se encontró en medio del jardín de un maravilloso Palacio de indescriptible lujo y belleza. Cuando penetró en el interior escuchó unas voces que le guiaban y le revelaron que el palacio le pertenecía y que todos estaban allí para servirla. El día fue transcurriendo de sorpresa en sorpresa y de maravilla en maravilla. 
Al atardecer, Psique sintió una presencia a su lado: era el esposo de quien había hablado el Oráculo; ella no lo vio, pero no le pareció tan monstruoso como temía. Su voz era suave y amable y le hacía sentirse muy bien a su lado, pero jamás dejó ver su rostro y le advirtió que si le veía le perdería para siempre. Así fueron las cosas a lo largo de las siguientes semanas. Durante el día Psique permanecía sola en Palacio y por la noche su marido se reunía con ella y eran muy felices. 
Pero un día Psique sintió añoranza de su familia y rogó a su esposo que le dejará ir a visitarlos. Tras muchas súplicas, y pese a advertirle de todos los peligros que corría con su partida, su marido accedió y pidió a Céfiro que la llevase a la cumbre de la montaña donde la habían abandonado. Desde allí Psique caminó a su casa. 
Todos la recibieron con gran alegría, pero sus hermanas, cuando la vieron tan feliz y abrieron los maravillosos regalos que les había traído, no pudieron contener la envidia y no pararon hasta que la pobre Psique les confesó que jamás había visto a su marido. Os podéis figurar que las maquiavélicas y envidiosas hermanas no descansaron hasta convencer a Psique de la necesidad de descubrir quién era su marido. 
Su plan era el siguiente, Psique debía ocultar una lámpara y durante la noche, mientras él dormía, prenderla para así ver su rostro. Y así lo hizo. Psique volvió al palacio en el que vivía con Eros y siguiendo el plan de sus hermanas descubrió que su marido era un joven de gran belleza. Emocionada por el descubrimiento le tembló la mano que sostenía la lámpara, dejando caer una gota de aceite hirviendo sobre su amado. Al sentirse quemado Eros -ese era el monstruo cruel que tenía por marido y al que se había referido el Oráculo- se despertó y cumpliendo su amenaza huyó en el acto para no volver jamás. 
Sola y desamparada, sin la protección de Eros, Psique se dedicó a errar por el mundo perseguida por la cólera de Afrodita que seguía indignada ante tanta belleza. Ninguna divinidad la quiso acoger y finalmente cayó en manos de la diosa que la encerró en su palacio y le atormentó de todas las maneras posibles. Hasta le hizo descender a los infiernos en busca de un frasco de agua de Juvencia que debía entregar sin abrir. La curiosidad pudo nuevamente con Psique y cuando abrió el frasco quedó sumida en un profundo sueño cual bella durmiente. 
Mientras tanto, Eros sufría enormemente pues era incapaz de olvidar a Psique. Cuando supo que estaba sumida en un sueño mágico no lo pudo soportar más, voló hacia ella y la despertó de un flechazo; después subió al Olimpo para rogar a Zeus que le permitiese casarse con ella aunque fuese mortal. Zeus se compadeció de Eros y otorgó la inmortalidad a Psique haciéndole comer Ambrosía. Después apaciguó la cólera de Afrodita y ordenó el casamiento de Eros y Psique, que duraría para siempre. La boda de los dos enamorados se celebró en el Olimpo con gran regocijo.