En un hermoso pueblo al lado del mar vivía un pescador con su
mujer.
Eran ya mayores y no tenían hijos. Sólo se tenían el uno al otro.
Todas las mañanas, muy temprano, el hombre salía de su casa
para ir a pescar. Un día, cuando llegó al mar, se montó en su pequeño
barco y se alejó unos metros de la playa.
Lanzó la red al agua y al sacarla, vio que un pez muy grande se
había quedado atrapado en ella.
Cuando vio al pescador, el pez asustado le dijo:
- ¡No me lleves a tu casa, por favor! ¡Devuélveme otra vez al
agua!
Y el pescador le respondió:
- Lo siento, pero no puedo devolverte al agua. Mi mujer y yo no
tenemos dinero para comprar comida y lo único que podemos
comer es lo que pesco cada día.
- De acuerdo –contestó el pez-. Puedes llevarme a tu casa, pero
cuando terminéis de comer, tienes que recoger todas las
espinas menos dos, y guardarlas bien durante quince días.
Entonces irás al lugar en el que hayas guardado las espinas y
encontrarás a dos niños que deberás cuidar como si fueran
hijos tuyos. Para protegerlos, cuélgales las otras dos espinas al
cuello, y así nunca podrá pasarles nada malo.
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