A Francisca
Ajena al dolo y al sentir artero,
Llena de la ilusión que da la fe,
Lazarillo de Dios en mi sendero,
Francisca Sánchez, acompaña-mé…..
Llena de la ilusión que da la fe,
Lazarillo de Dios en mi sendero,
Francisca Sánchez, acompaña-mé…..
En mi pensar de duelo y de martirio
Casi inconsciente me pusiste miel.
Multiplicaste pétalos de lirio
Y refrescaste la hoja de laurel.
Casi inconsciente me pusiste miel.
Multiplicaste pétalos de lirio
Y refrescaste la hoja de laurel.
Ser cuidadosa del dolor supiste
Y elevarte al amor sin comprender.
Enciendes luz en las horas del triste,
Pones pasión donde no puede haber.
Y elevarte al amor sin comprender.
Enciendes luz en las horas del triste,
Pones pasión donde no puede haber.
Seguramente Dios te ha conducido
Para regar el árbol de mi fe.
!Hacia la fuente de noche y de olvido,
Francisca Sánchez, acompaña-mé….!
Para regar el árbol de mi fe.
!Hacia la fuente de noche y de olvido,
Francisca Sánchez, acompaña-mé….!
(21 de febrero de 1914)
El 6 de febrero de 1916 murió Rubén Darío en León de Nicaragua. Lejos, en España, sola con su hijo, quedó Francisca Sánchez, su último y grande amor.
Esta es la historia:
La Sierra de Gredos, alta y fría, divide las provincias de Ávila y Toledo, en el corazón de Castilla la Vieja. Entre Teresa de Jesús y El Greco se recoge en el puño de los montes una pequeña aldea: Navalsaúz.
De un lado, las torres de la catedral de Ávila y sus viejas murallas imponentes. Del otro, el río Tajo que refleja los cielos tempestuosos de Toledo y guarda en sus orillas, entre juncos y cigarrales, la huella poética de Garcilaso de la Vega.
La aldea es tan pequeña que casi no figura en los mapas. Es como tantos otros pueblos de Castilla, olvidados y silenciosos, que viven hacia adentro, en sus casas de paredes blancas de cal. Don Quijote y Sancho parecen a punto de salir al encuentro del viajero en las calles empedradas y oscuras. Navalsaúz es pobre y en el invierno, el terrible invierno de Castilla, escasea la lumbre y las mujeres se envuelven, ateridas, en sus mantos negros. Todas parecen entonces viudas, viudas inconsolables y llorosas.
Entre ellas durante mucho tiempo una, Francisca. Viuda en realidad de sí misma o de un sueño. Alta y fuerte, recogidos hacia atrás los cabellos donde brillaban unas cuantas canas, Francisca Sánchez vivía pobre, triste y olvidada en Navalsaúz.
Con ella su tesoro. Dos grandes baúles llenos de papeles, cartas, borradores de poemas. El archivo de Rubén Darío que Francisca, su compañera durante quince años, guardaba religiosamente con veneración, con angustia y amor.
Madrid 1901
Francisca era una sencilla campesina española. Tenía dieciséis años y ni siquiera sabía leer o escribir cuando Rubén Darío la conoció en 1901 y la llevó consigo desde entonces. Vivió en París con él, en el ambiente bohemio y feliz de la Francia de principios del siglo veinte, cuando la primera guerra mundial todavía no encapotaba, amenazante, el despreocupado horizonte de la Bella Época.
Tuvieron un hijo que se llamó Rubén. Rubén Darío Sánchez. Después de su encuentro con el poeta Francisca aprendió a leer, escribir y hablar correctamente. Fueron los años de más brillante producción de Darío y de su mayor influencia en la vida literaria de España y América. A veces pobre, de repente rico, cuando representaba a su país como diplomático. La mayor parte del tiempo vivía escasamente, con el producto de sus crónicas periodísticas y las ediciones de sus libros. Siempre tuvo a Francisca a su lado, pero ella pocas veces pasaba al primer plano.
En París, en medio de la bohemia literaria, había para ella sitio al lado del poeta. En París hay un lugar para todo. Pero en los altos medios diplomáticos y sociales, Francisca no debía aparecer. Seguramente ocupó siempre ese lugar escondido, silencioso, amoroso, que tuvo en la vida de Amado Nervo la rubia francesita Ana Cecilia Dailliez. Cuando Rubén Darío estaba en lo alto, Francisca Sánchez aparentemente se esfumaba y surgía de Nuevo, visible a su lado, cuando el oropel de la gloria desaparecía.
Como en aquel verano doloroso para Antonio Machado, cuando Leonor Izquierdo, la esposa casi niña, tuvo los primeros síntomas de la enfermedad que pronto la llevaría a la tumba. Francisca Sánchez la cuidó amorosamente y Rubén Darío apoyó a Machado, para que pudiera regresar con Leonor a España.
La Decadencia Trágica
La carrera de Rubén Darío en el servicio exterior de Nicaragua se cortó bruscamente. Tan bruscamente como la de José Asunción Silva en la diplomacia colombiana. Se dice que a Rubén Darío le costó caro uno de sus poemas, que no agradó a los gobernantes de Nicaragua en aquel tiempo.
La salud del poeta y su estabilidad económica comenzaron a derrumbarse al mismo tiempo y pensó en volver a América. Lo decidió a cumplir su propósito el estallido de la Primera Guerra Mundial, la misma que él había vaticinado años antes en su poema a Francia:
Los bárbaros, Francia! Los bárbaros, cara Lutecia!
Bajo áurea rotonda reposa tu gran paladín.
Del cíclope al golpe ¿qué pueden las risas de Grecia?
¿qué pueden las Gracias si Herakles agita su crin?
Bajo áurea rotonda reposa tu gran paladín.
Del cíclope al golpe ¿qué pueden las risas de Grecia?
¿qué pueden las Gracias si Herakles agita su crin?
“Del cíclope al golpe” desapareció la Revista Mundial donde colaboraba. Ya no tenía ningún cargo oficial. Su única entrada fija se la daba La Nación de Buenos Aires por sus crónicas. La situación económica empeoraba y la guerra ensombrecía el horizonte europeo.
Fue entonces cuando Alejandro Bermúdez, un amigo nicaragüense, le propuso una serie de conferencias en los Estados Unidos, Centroamérica y posiblemente América del Sur. El poeta aceptó. Pero no podía llevar consigo a Francisca ni a su hijo, que tenía para entonces doce o trece años.
Francisca se quedó en España, Rubén Darío viajó a los Estados Unidos a fines de 1914 y después de muchos meses de avatares económicos, amarguras y esperanzas truncas, murió en León de Nicaragua el 16 de febrero de 1916.
Sobre la cabeza de Francisca se desataron más desgracias. Su madre y sus hermanos fueron muriendo, uno tras otro. Al luto por Rubén Darío se sumaron otros cinco con fulminante rapidez. Francisca estaba sola y muy pobre. Algún tiempo más tarde hizo, con esfuerzos sobrehumanos, un viaje a Nicaragua con su hijo para visitar la tumba de Rubén Darío y pedir ayuda para la educación del muchacho al gobierno de Nicaragua.
Rubén Darío Sánchez se quedó en Nicaragua y Francisca regresó a Castilla. Pasaron los años. Un hombre español, sincero y bueno, se casó con ella. Tuvieron una hija. Rubén Darío Sánchez, ya hombre, ingresó a la carrera diplomática en Nicaragua, seguramente ayudado por la poderosa influencia de amigos del poeta tan importantes como los Debayle. Pero murió a los 39 o 40 años, cuando se encontraba en México, donde desempeñaba un cargo bastante gris en la embajada nicaragüense.
El Archivo de Rubén Darío
Hacia el refugio de Francisca en Navalsaúz viajaron constantemente periodistas y escritores, impulsados por la curiosidad de conocer el archivo de Darío. Francisca, si bien concedió acceso a los papeles a algunos de los visitantes, entre ellos el argentino Alberto Ghiraldo, se negaba a vender las preciosas cartas. El marido español murió, se casó la hija y enviudó a su vez. En mundo en su frenético girar se olvidaba, poco a poco, de Francisca Sánchez.
Hasta que un día emprendieron el pesado y largo viaje desde Madrid hasta Navalsaúz dos escritores: Antonio Oliver, catedrático de la Universidad de Madrid y su esposa, la novelista, poeta y académica Carmen Conde. Oliver se había propuesto crear un Seminario de Literatura Hispanoamericana y quería, a toda costa, rescatar los papeles de Rubén Darío del olvido y de una posible destrucción.
Pero Francisca Sánchez se negó a venderlos. No quería cambiar por dinero sus recuerdos, su pasado, su vida. Poco a poco la fueron convenciendo. Viaje tras viaje, Antonio Oliver y Carmen Conde le hicieron comprender a la hosca y silenciosa mujer que su tesoro no era solo suyo, sino que tenía que compartirlo con los miles de seres que en el mundo de habla hispana veneran la memoria de Darío.
Ella accedió por fin. Y lo explicaba de esta forma:
“Pues sería del destino, de la vida, la suerte o quien sabe….Milagro tal vez, mandado por Dios. Lo que no habían hecho antes tantos que me han visitado lo hizo un matrimonio, doña Carmen Conde y don Antonio Oliver. Tal vez el corazón de dos mujeres frente a frente… Y me acordé de una cosa tan grande que mi Rubén me dijo en la última carta: SI VIVO IREMOS A BUENOS AIRES… Y SI MUERO, DESDE EL OTRO MUNDO VELARÉ POR TI. Ha llegado el momento en que tal vez haya velado por mí. Y entonces, esos papeles, esas joyas, esos tesoros ¿qué será de ellos? ¿Van a ser víctimas de quién? Tal vez de los ratones. Están en un baúl.
Estos señores se fueron y a pocos días volvieron a visitarme. Y a cada vez yo veía las cosas más claras.Yo me veía enferma. Yo me veía agotadita… Me veía en esos hielos, en esas nieves. Y me decidí. ¿Para qué soy española? No lo vendo por dinero, no lo doy por dinero que se me ofrece por todas partes. Soy española y debe ser para mi patria.”
Estos señores se fueron y a pocos días volvieron a visitarme. Y a cada vez yo veía las cosas más claras.Yo me veía enferma. Yo me veía agotadita… Me veía en esos hielos, en esas nieves. Y me decidí. ¿Para qué soy española? No lo vendo por dinero, no lo doy por dinero que se me ofrece por todas partes. Soy española y debe ser para mi patria.”
Con los papeles que cedió Francisca se formó el Seminario-Archivo Rubén Darío en la Universidad de Madrid . Murió Antonio Oliver. Pero antes había conseguido que, a cambio del tesoro de cartas, borradores y documentos de toda clase contenidos en los baúles, el gobierno español le diera a Francisca, para que viviera con su hija y sus nietas, un apartamento en la Colonia de San Francisco de Paúl en Los Carabancheles.
En Madrid, en el No. 10 de la Plaza Coimbra, vivió desde entonces Francisca, vestida siempre con el hábito del Carmen.
Por el balcón que mira al Guadarrama clavaba los ojos en la noche. Sencillamente, esperaba. Un día de octubre de 1973 escuchó una voz que la llamaba, desde el fondo del tiempo y de la sombra:
Por el balcón que mira al Guadarrama clavaba los ojos en la noche. Sencillamente, esperaba. Un día de octubre de 1973 escuchó una voz que la llamaba, desde el fondo del tiempo y de la sombra:
Hacia la fuente de noche y olvido
Francisca Sánchez, acompaña-mé…
Francisca Sánchez, acompaña-mé…
Francisca Sánchez murió 57 años después de la muerte de Rubén Darío, en un hospital madrileño y a los 88 años de su vida. Fue enterrada a expensas del gobierno de Nicaragua.
Tomado de https://zonalibreradio1.wordpress.com
4 comentarios:
Gracias por este texto y esta historia tan hermosa y a la vez triste sobre Rubén Darío y Francisca. Es una suerte que estos tesoros se guardasen tan celosamente y ahora estén a disposición de todos.
Hace aproximadamente un mes, pasaron en RTVE la película “La princesa Paca” sobre esta relación y la vida de Darío. También se recitaron algunos de sus poemas, como "Lo fatal". Disfrutar y aprender, ¿qué más se puede pedir?
Pues te recomiendo la lectura de la obra de Rosa Villacastín sobre la historia de su abuela Paca que lleva por título el mismo que el de la película emitida por Televisión Española.
Hay bastantes datos que aparecen en el libro y no se mencionan en la película.
Maravilloso e interesantísimo. Muchas gracias.
Estimado Profesor Manolo,
muchas gracias por la información, voy a buscar este libro que me recomienda, me apasiona Darío.
Publicar un comentario