En la mitología griega Apolo era el dios de la poesía y de la música, de la profecía y de la luz, además del dios de los arqueros, lo que indica que debía ser muy hábil con el arma. Figuraos hasta que punto era bueno que él solito logró matar a la temible serpiente Pitón que se escondía en el monte Parnaso.
Pitón era una bestia terrible que andaba buscando sangre a todas horas. Un monstruo enorme que se dedicaba a matar rebaños de ovejas, vacas, pastores e incluso a bellas ninfas que correteaban por el campo. La población estaba absolutamente desesperada, necesitaban alguien que les ayudase. Y así, suplicando a los dioses, bajó Apolo y se deshizo de la bestia con una lluvia de flechas.
El problema estuvo que tras la hazaña Apolo se volvió terriblemente orgulloso. Se pasaba la vida hablando de sí mismo y presumiendo de su valentía. Su actitud era tan presuntuosa que lo único que hacía durante todo el día era repetir las siguientes palabras:
-Soy el mejor arquero del mundo. Nadie puede conmigo.
La cosa llegó a tal punto que ya no sólo era engreído y arrogante sino que se dedicaba a burlarse y despreciar a los demás. En estas andaba cuando un día paseando por el bosque se encontró con Eros, el dios del amor, y, como no podía ser de otra forma, Apolo se metió con él y acabaron discutiendo.
Eros, pese a ser un dios, tenía la apariencia de un niño inocente, un pequeño angelito que volaba de un sitio a otro con sus alitas, su diminuto arco y sus flechas dispuestas a enamorar a todo el mundo. Cuando le vio Apolo no pudo dejar de pensar en lo ridícula que era su imagen, en especial el arco que le parecía de juguete. Así, que entre risas, le dijo:
- ¿Qué haces con esas armas? Sólo yo, el dios de los arqueros, soy digno de llevarlas.
Eros, cansado como el resto de los dioses de la nueva actitud de Apolo, le contestó:
- No te burles de los demás que algún día tus burlas te pasarán factura. Tal vez mis flechas no hayan matado a ninguna serpiente pero no dudes de que con ellas he conseguido grandes hazañas pues han logrado llevar el amor tanto a dioses como a hombres.
La conversación cada vez se iba complicando más y más, pues la actitud de Apolo no podía ser más pedante e insoportable. Así que Eros, cansado e irritado le dijo:
- Toda tu vida recordarás este momento. Juro, por tu padre Zeus, que tendrás tu merecido.
Eros cumplió su amenaza utilizando su mejor arma: el amor. Aquel mismo día Eros lanzó dos flechas: una de oro y otra de hierro. La de oro con punta de diamante servía para enamorar a la gente, en cambio, la de hierro que tenía la punta de plomo provocaba lo contrario, un rechazo absoluto al amor. Eros mandó la flecha de oro directa al corazón de Apolo y este de inmediato cayó perdidamente enamorado de Dafne, una de las ninfas más bellas de la región. Pero, ¿os imagináis dónde fue a parar la de hierro? Exacto, en Dafne.
Hasta ese momento Apolo no había sentido el menor interés por la bella ninfa, pero a partir de ese día no se la podía quitar de la cabeza. Se pasaba el día pensando en ella hasta tal punto que abandonó sus aficiones favoritas. Lo único que le apetecía era pasarse el día viendo a su bella amada.
Por contra Dafne, no quería saber nada de Apolo, es más, cada vez que le veía echaba a correr o se escondía entre los árboles porque le ponía nerviosa lo pesado que era. Pero claro, tanto esquivar, tanto esquivar… no siempre es posible y un día se encontró con él de frente. Apolo aprovechó la ocasión para pedirle que se casará con él pero la respuesta de Dafne no dejó ni un resquicio de duda:
- No me casaré jamás.
Apolo no lo entendía… pero si él era un dios… cómo le despreciaba así… ¿era poco para ella? Dafne en un alarde de sinceridad le sacó de dudas.
- No desprecio tu amor, Apolo. Lo que me ocurre es que no quiero el amor de nadie. Nací libre y quiero seguir siendo libre.
A pesar de las palabras de Dafne, Apolo, cabezota como buen enamorado, no perdió la esperanza. Es más ni se enfadó con ella. ¿Cómo se iba a enfadar con el amor de su vida? Lo único que quería era abrazarla, estar con ella, quererla… Pero cuando Dafne se dio cuenta de la obsesión que Apolo sentía hacía ella, le dio miedo y decidió huir al bosque.
Y así comenzó una carrera, o más exactamente, una persecución en toda regla en la que Apolo iba tras la ninfa. Dafne estaba muy asustada, tanto que cuando creyó que Apolo le iba alcanzar se acercó al río Peneo, que en realidad era su padre, y le pidió ayuda.
Peneo, pese a estar un poco enfadado con su hija, no entendía la obsesión de Dafne con no casarse y no darle nietos… con lo feliz que a él le harían. Cuando la vio tan desesperada decidió ayudarla.
De repente Dafne dejó de correr. Su cuerpo se volvió rígido como una piedra. Una fina costra cubrió su pecho y endureció su vientre, sus brazos se convirtieron en ramas, su cabellera se transformó en copa… Peneo pensó que la mejor manera de ayudar a su hija era despojarle de su forma humana y convertirla en árbol, en el primer laurel que hubo en la tierra.
Cuando Apolo vio lo que había pasado rompió a llorar. No podía creérselo. Ya no había ninguna posibilidad de que su amor por Dafne fuese correspondido, así que roto de dolor se acercó al árbol, se abrazó a él y decidió que ya que no iba a ser su esposa, sería su árbol sagrado, lo adoptó como símbolo y con sus ramas hizo una corona.
A partir de ese día el laurel, palabra que en griego significa Dafne, se convirtió en símbolo de gloria; de ahí que sus hojas sirvan para coronar a los generales victoriosos y honrar a los más destacados atletas y poetas.
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