miércoles, 18 de marzo de 2009

No hay edad


Rebuscando en la red entre los artículos de opinión de los diferentes periódicos españoles (me estoy haciendo adicto a repasar la prensa por internet; a veces pienso que soy un consumidor compulsivo de diarios digitales), uno se topa de vez en cuando con historias que enternecen, ponen los pelos de punta y dan que pensar.
Lo que no se paga no se valora. La enseñanza es gratuita, está universalizada. Por tanto, tiene que tener escaso valor. Se va a la escuela porque a unos señores muy sesudos, escondidos bajo unos trajes impolutos, se les ha ocurrido que es socialmente bueno, y recomendable, que los niños y jóvenes tengan acceso a una formación sobre la que montar su futuro.
No se trata de un servicio que quienes reciben están demandando. Vamos a contracorriente. Entramos cada día en una aula con nuestras ilusiones puestas en dar el toque mágico, que entre en las cabezas de los estudiantes lo que concienzudamente nos hemos preparado. Pero con frecuencia se nos olvida que nos empeñamos en enseñarles algo que ellos no quieren aprender. De esa manera, no nos puede extrañar que somos el enemigo, que vamos a molestarlos, que son felices con el mundo que han creado.
Es por eso por lo que no podemos por menos que esbozar una sonrisa de ternura (la rabia por lo anterior se aplaza) cuando tenemos noticia, por la columna de Rosa Montero en El País, de que una señora de ochenta y dos años hace guardia en la puerta de un colegio para pedir que le enseñen a leer y escribir.
Esta mujer considera que mejorará su calidad de vida si sabe lo que dice la etiqueta de la blusa que comprará el sábado, o bien si comprende cuánto le han cobrado en el último recibo de la luz. No tener que depender de nadie lo hace a uno andar más seguro por la vida.
...¡Qué medicina la enseñanza, que tarda tanto en hacer efecto!

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