Un hombre llamó a la puerta del rey y le dijo, Dame un barco. La casa del rey tenía
muchas más puertas, pero aquélla era la de las peticiones. Como el rey se pasaba todo
el tiempo sentado ante la puerta de los obsequios (entiéndase, los obsequios que le
entregaban a él), cada vez que oía que alguien llamaba a la puerta de las peticiones se
hacía el desentendido, y sólo cuando el continuo repiquetear de la aldaba de bronce
subía a un tono, más que notorio, escandaloso, impidiendo el sosiego de los vecinos
(las personas comenzaban a murmurar, Qué rey tenemos, que no atiende), daba orden
al primer secretario para que fuera a ver lo que quería el impetrante, que no había
manera de que se callara. Entonces, el primer secretario llamaba al segundo
secretario, éste llamaba al tercero, que mandaba al primer ayudante, que a su vez
mandaba al segundo, y así hasta llegar a la mujer de la limpieza que, no teniendo en
quién mandar, entreabría la puerta de las peticiones y preguntaba por el resquicio, Y
tú qué quieres. El suplicante decía a lo que venía, o sea, pedía lo que tenía que pedir,
después se instalaba en un canto de la puerta, a la espera de que el requerimiento
hiciese, de uno en uno, el camino contrario, hasta llegar al rey. Ocupado como siempre
estaba con los obsequios, el rey demoraba la respuesta, y ya no era pequeña señal de
atención al bienestar y felicidad del pueblo cuando pedía un informe fundamentado
por escrito al primer secretario que, excusado será decirlo, pasaba el encargo al
segundo secretario, éste al tercero, sucesivamente, hasta llegar otra vez a la mujer de
la limpieza, que opinaba sí o no de acuerdo con el humor con que se hubiera
levantado. (Seguir leyendo)
Textos recitados
sábado, 7 de marzo de 2015
José Saramago: El cuento de la isla desconocida (Audiolibro completo)
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domingo, 22 de febrero de 2015
León Tolstoi: Cuentos para niños (Audiolibro completo)
Un niño cuidaba de unas ovejas y, de pronto, como si hubiera visto
un lobo, se puso a gritar: "¡Socorro, un lobo!" Los hombres se
acercaron y vieron que era mentira. Después que el chico hubo repetido
su pesada broma unas tres veces, apareció de verdad un lobo. El chico se
puso a gritar: "¡Socorro, socorro, un lobo!" Los hombres creyeron que
quería engañarlos como siempre, y no le hicieron caso. El lobo vio que
no tenía que temer nada y degolló a todas las ovejas del rebaño.
Editorial progreso, Moscú
Pueden descargar el libro completo aquí.
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lunes, 26 de enero de 2015
Leopoldo Alas 'Clarín': ¡Adiós, Cordera! (Audiolibro completo) y ejercicios
¡Eran tres, siempre los tres!: Rosa, Pinín y
la Cordera.
El prao Somonte era un recorte triangular
de terciopelo verde tendido, como una colgadura, cuesta abajo por la loma. Uno de
sus ángulos, el inferior, lo despuntaba el camino de hierro de Oviedo a Gijón. Un palo del
telégrafo, plantado allí como pendón de conquista, con sus jícaras blancas y sus alambres
paralelos, a derecha e izquierda, representaba
para Rosa y Pinín el ancho mundo desconocido, misterioso, temible, eternamente ignorado. Pinín, después de pensarlo mucho, cuando
a fuerza de ver días y días el poste tranquilo,
inofensivo, campechano, con ganas, sin duda,
de aclimatarse en la aldea y parecerse todo lo
posible a un árbol seco, fue atreviéndose con
él, llevó la confianza al extremo de abrazarse
al leño y trepar hasta cerca de los alambres.
Pero nunca llegaba a tocar la porcelana de
arriba, que le recordaba las jícaras que había
visto en la rectoral de Puao. (Continuar leyendo)
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sábado, 24 de enero de 2015
Leon Tolstoi: El pajarito (Cuentos para niños)
(Ilustración de A. Pajómov)
Era el día del santo de Seriozha, y le hicieron muchos regalos:
peonzas, caballitos, cromos,…Pero el mejor regalo se lo hizo a Seriozha
su tío: una trampa para cazar pájaros. Era una trampa muy ingeniosa:
consistía en una red sujeta a un marco de madera, en el que encajaba una
tablilla. El marco con la red se levantaba, se echaba alpiste sobre la
tablilla, y cuando un pajarito se posaba en ella, la red caía y lo
atrapaba. Seriozha se alegró mucho y corrió a enseñar la trampa a su
madre. Esta le dijo:
- No me gusta ese juguete. ¿Qué falta pueden hacerte los pájaros? ¿Por qué has de martirizarlos?
- Los meteré en una jaula. Ellos cantarán. Y yo les daré de comer.
Tomó Seriozha un puñado de alpiste, lo esparció en la tablilla y puso la trampa en el jardín. El chico esperaba a que acudieran los pájaros. Pero los pájaros le tenían miedo y no volaban a la trampa. Seriozha se fue a comer y dejó la trampa en el jardín. Después de la comida se acercó, vio que la red había caído y que bajo ella se debatía un pajarito. Muy contento, Seriozha atrapó el pajarito y lo llevó a la casa.
- ¡Mira, mamá, he cazado un pajarito! ¡Seguro que es un ruiseñor! ¡Cómo le late el corazón!
La madre le dijo:
- Es un pardillo. No lo martirices. Lo mejor que podrías hacer es soltarlo.
- No, le daré de comer y de beber.
Seriozha metió el pajarito en la jaula y dos días seguidos le echó alpiste, le puso agua y le limpió la jaula. Pero al tercer día se olvidó de cambiarle el agua. La madre le dijo:
- ¿Ves? Te has olvidado de tu pajarito. Suéltalo.
- No. No me olvidaré más; ahora le cambiaré el agua y le limpiaré la jaula.
Seriozha metió la mano en la jaula para limpiarla, pero el pajarito se asustó y se golpeó contra los alambres. Seriozha limpió la jaula y fue por agua. La madre vio que se había olvidado de cerrar la jaula y le gritó:
- ¡Seriozha, cierra la jaula que el pajarito puede escaparse y se matará!
Antes de que hubiera acabado de decir esto, el pajarito encontró la puerta, se alegró, extendió sus alitas y cruzó volando la habitación hacia la ventana, pero no vio el cristal, se golpeó contra él y cayó sobre el poyo.
Seriozha se acercó corriendo, tomó el pajarito y lo llevó a la jaula. El pajarito estaba vivoi todavía, pero yacía sobre la pechuga, extendidas las alitas, y respiraba fatigosamente. Seriozha lo miró y rompió a llorar.
- ¡Mamá! ¿qué voy a hacer ahora?
- Ahora ya no se puede hacer nada.
Seriozha no se apartó en todo el día de la jaula y miraba todo el tiempo al pajarito, pero este seguía yaciendo sobre la pechuga y repiraba entrecortadamente. Cuando Seriozha se acostó, el pajarito vivía aún. Seriozha estuvo largo rato sin poder dormirse; cada vez que cerraba los ojos se imaginaba al pajarito tendido sobre la pechuga y respirando con dificultad. Por la mañana, cuando Seriozha se acercó a al jaula, vio que el pajarito yacía de espaldas, con las patitas agarrotadas, y estaba ya yerto. Desde entonces, Seriozha no ha vuelto a cazar pajaritos.
- No me gusta ese juguete. ¿Qué falta pueden hacerte los pájaros? ¿Por qué has de martirizarlos?
- Los meteré en una jaula. Ellos cantarán. Y yo les daré de comer.
Tomó Seriozha un puñado de alpiste, lo esparció en la tablilla y puso la trampa en el jardín. El chico esperaba a que acudieran los pájaros. Pero los pájaros le tenían miedo y no volaban a la trampa. Seriozha se fue a comer y dejó la trampa en el jardín. Después de la comida se acercó, vio que la red había caído y que bajo ella se debatía un pajarito. Muy contento, Seriozha atrapó el pajarito y lo llevó a la casa.
- ¡Mira, mamá, he cazado un pajarito! ¡Seguro que es un ruiseñor! ¡Cómo le late el corazón!
La madre le dijo:
- Es un pardillo. No lo martirices. Lo mejor que podrías hacer es soltarlo.
- No, le daré de comer y de beber.
Seriozha metió el pajarito en la jaula y dos días seguidos le echó alpiste, le puso agua y le limpió la jaula. Pero al tercer día se olvidó de cambiarle el agua. La madre le dijo:
- ¿Ves? Te has olvidado de tu pajarito. Suéltalo.
- No. No me olvidaré más; ahora le cambiaré el agua y le limpiaré la jaula.
Seriozha metió la mano en la jaula para limpiarla, pero el pajarito se asustó y se golpeó contra los alambres. Seriozha limpió la jaula y fue por agua. La madre vio que se había olvidado de cerrar la jaula y le gritó:
- ¡Seriozha, cierra la jaula que el pajarito puede escaparse y se matará!
Antes de que hubiera acabado de decir esto, el pajarito encontró la puerta, se alegró, extendió sus alitas y cruzó volando la habitación hacia la ventana, pero no vio el cristal, se golpeó contra él y cayó sobre el poyo.
Seriozha se acercó corriendo, tomó el pajarito y lo llevó a la jaula. El pajarito estaba vivoi todavía, pero yacía sobre la pechuga, extendidas las alitas, y respiraba fatigosamente. Seriozha lo miró y rompió a llorar.
- ¡Mamá! ¿qué voy a hacer ahora?
- Ahora ya no se puede hacer nada.
Seriozha no se apartó en todo el día de la jaula y miraba todo el tiempo al pajarito, pero este seguía yaciendo sobre la pechuga y repiraba entrecortadamente. Cuando Seriozha se acostó, el pajarito vivía aún. Seriozha estuvo largo rato sin poder dormirse; cada vez que cerraba los ojos se imaginaba al pajarito tendido sobre la pechuga y respirando con dificultad. Por la mañana, cuando Seriozha se acercó a al jaula, vio que el pajarito yacía de espaldas, con las patitas agarrotadas, y estaba ya yerto. Desde entonces, Seriozha no ha vuelto a cazar pajaritos.
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