viernes, 15 de julio de 2011

El conejito verde (cuento tradicional)

Dentro de esta serie de cuentos recogidos en Arahal, dejo hoy aquí un cuento fantástico, de amor entre una princesa y un conejo que resulta ser un príncipe.



Pues mirad, señores, hace muchísimos muchos años, allá por los tiempos de María Castaña, en un reino muy lejano vivía una hermosa princesita acompañada por su padre, el rey don Juanito el Feo, y su esposa, la reina doña Pepita la Graciosa. Y la princesa era tan bella y tan hermosa que todos los caballeros del reino estaban locos por ella.
Un día, cuando la princesa se peinaba en su alcoba, se presentó por la ventana un conejito que, con tres brincos y tres saltos, pudo llegar hasta ella, y le quitó la cinta del pelo. A mi parecer era un conejito rarísimo, ya que era de color verde.
La princesa, al verlo, se quedó enamorada de él, pero con todo lo que hicieron no pudieron cogerlo.
Al día siguiente doblaron la guardia por si se le ocurría al conejito pasar por allí, pero nada, no pudieron cogerlo y el conejito fue otra vez a la alcoba de la princesa y esta vez le quitó un peine.
Y así hasta el día siguiente, que le quitó un espejito.
La princesa, al ver que todo lo que hacía era poco, se puso enferma, muy muy enferma, pero por muchos médicos que vinieron no encontraron el remedio. Así que no tuvieron más remedio que decirlo por el reino para que encontraran al conejito verde, su pequeño deseo.
Un día una viejecita se levantó a la misa del alba y, mientras que esperaba, vio pasar por allí un burrito todo verde, con las aguaderas y los cantaritos verdes. Así que la vieja decidió seguirle.
La pobre ya estaba cansada cuando por fin llegó delante de la roca de los diamantes y se paró. Y al llegar dijo el burro:
-Ábrete rosa, ábrete clavel,
Ábrete, azucena de mi poder.
Y en cuantito la piedra estaba abierta se metió dentro.
La vieja con una carrerrilla se pudo entrar y ¡oh, qué maravilla; pero si estaba dentro de un palacio! Y así, como la vieja iba a lo suyo, decidió registrarlo. Entonces, ¡oh qué sorpresa!, estaba delante de una cocina y en el «anafe» había una olla. Quiso cogerla pero salió una mano de dentro que le dijo: -Lo siento, señora flor de ayer, pero esto para el rey es.
Entonces vio una cesta de pan calentito y humeando pero, lo mismo que antes, la mano le dijo que no. Y vaya, que se tuvo que salir de allí y se metió en una alcoba, pero oyó unos pasitos que se tuvo que meter detrás de la cortina. Pero qué sorpresa se llevó cuando vio que entraba el tan nombrado conejito verde, que dio tres saltos y tres brincos y se convirtió en un elegante joven. Entonces, abriendo el primer cajón de la cómoda, sacó las tres cosas de la princesa y dijo:
-Una a una, ¡oh. princesita!
¡Oh, corazón!, yo te quisiera dar mi amor.
Y lo mismo hizo con las otras dos que quedaban.
Después otra vez con sus brincos y sus saltos se convirtió en conejito, y se echó en su camita a dormir.
Entonces la viejecita, con miles y miles de disimulos lo cogió y también llevó con ella el lacito, el peine y el espejito para presentárselos a la princesa.
Al llegar a palacio la vieja dijo esto a la hermosa muchacha:
-Prepara una habitación como yo te diga y en el primer cajón de la cómoda mete tus tres cositas.
Transcurrieron dos o tres horas y, al despertarse, dio sus brinquitos y sus saltitos y se convirtió en príncipe. Y entonces la princesa no pudo aguardar más. Salió corriendo y dijo:
-Amor mío, ¡cuánto tiempo sin verte! Al fin podemos estar otra vez juntos.
Se casaron, vivieron felices,
Comieron perdices
Y a mí no me dieron
Porque no quisieron.
Sin embargo, la vieja se hartó de comer, se puso muy gorda y siempre fue su primera dama.


Tomado de La flor de la florentena, cuentos tradicionales, recogidos en Arahal por Alfonso Jiménez Romero

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