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Odiseo y Telémaco se cargan a las criadas
Dormí durante toda la carnicería. ¿Cómo es posible?
Sospecho que Euriclea me puso algo en la bebida tonificante que me ofreció, para mantenerme al margen de la acción e impedir que interviniera. Aunque de todos modos no habría podido participar: Odiseo se aseguró de que las mujeres permaneciéramos encerradas en nuestras dependencias.
Euriclea me describió el episodio, y también a cualquiera que quisiera escucharla. Primero, dijo, Odiseo -que todavía iba disfrazado de mendigo observó cómo Telémaco colocaba en fila las doce hachas, y luego cómo los pretendientes intentaban sin éxito tensar su legendario arco. A continuación él cogió el arco y, tras tensarlo y disparar una flecha que atravesó el ojo de las doce hachas -ganando por segunda vez el derecho a casarse conmigo-, le disparó a Antínoo en el cuello, se desprendió del disfraz e hizo picadillo a todos los pretendientes, primero con flechas y luego con lanzas y espadas. Lo ayudaron Telémaco y dos sirvientes leales; con todo, fue una hazaña considerable. Los pretendientes tenían unas cuantas lanzas y espadas que les había proporcionado Melancio, el cabrero traidor, pero a la hora de la verdad no les sirvieron de nada.
Euriclea me contó que ella se había refugiado con el resto de las mujeres cerca de la puerta, que estaba cerrada con llave, y que oyó los.gritos, los ruidos de los muebles al romperse y los gruñidos de los moribundos. Entonces me describió los terribles sucesos que se produjeron más tarde.
Odiseo la llamó y le ordenó que le indicara qué criadas habían sido «desleales». Mi esposo obligó a las muchachas a arrastrar hasta el patio los cadáveres de los pretendientes -entre ellos los de sus antiguos amantes-, a lavar los sesos y la sangre del suelo, y a limpiar las sillas y mesas que hubieran salido indemnes.
Entonces, prosiguió Euriclea, pidió a Telémaco que descuartizara a las criadas con la espada. Pero mi hijo, que quería hacerse valer ante su padre y demostrar que sabía lo que se hacía -ya sabéis, estaba en esa edad tan tonta-, las colgó a todas en fila con soga de barco.
Después de eso, añadió Euriclea sin poder disimular su satisfacción, Odiseo y Telémaco le cortaron las orejas, la nariz, las manos, los pies y los genitales a Melancio, el cabrero malvado, y se los arrojaron a los perros, sin prestar oídos a los gritos del agonizante desgraciado.
-Tenían que infligirle un castigo ejemplar -explicó Euriclea- para que no hubiera más deserciones.
-Pero ¿a qué criadas han colgado? -pregunté, empezando a llorar-. Oh, dioses, ¿a qué criadas han colgado?
-¡Señora, niña querida-dijo Euriclea, presintiendo mi contrariedad-, quería matarlas a todas! ¡Tuve que elegir a unas cuantas, porque de otro modo habrían muerto todas!
-¿A cuáles elegiste? -pregunté, intentando controlar mis emociones.
-Sólo a doce -balbuceó ella-. A las más impertinentes.
A las que habían sido groseras. Las que se burlaban de mí. Melanto, la de hermosas mejillas, y sus amigas, ese grupito. Es bien sabido que eran unas rameras.
-Las que habían sido violadas -dije-. Las más jóvenes. Las más hermosas. «Mis ojos y mis oídos entre los pretendientes»,
pensé, pero no lo dije. Las que me habían ayudado a deshacer el sudario por las noches. Mis gansos blancos como la nieve. Mis tordos, mis palomas. ¡Fue culpa mía! No le había revelado mi plan a Euriclea.
-Se les habían subido los humos -se defendió Euriclea-. No habría sido propio del rey Odiseo permitir que unas muchachas tan insolentes continuaran sirviendo en palacio. Él nunca habría confiado en ellas. Y ahora baja, querida niña. Tu esposo te está esperando.
¿Qué podía hacer? Lamentándome no conseguiría devolver la vida a mis queridas niñas. Me mordí la lengua. Es asombroso que todavía me quedara lengua, después de la frecuencia con que había tenido que mordérmela a lo largo de aquellos años.
A lo pasado, pisado, me dije. Rezaré oraciones y haré sacrificios por sus almas. Pero tendré que hacerlo en secreto, para que Odiseo no sospeche también de mí.
Podría haber una explicación más siniestra. ¿Y si Euriclea estaba al corriente del acuerdo que yo tenía con las criadas?¿ Y si sabía que espiaban a los pretendientes obedeciendo mis órdenes,,y que yo les había ordenado que se comportaran con rebeldía? ¿ Y si las eligió a ellas y las hizo matar por el resentimiento de haber sido excluida y por su deseo de conservar su privilegiada relación con Odiseo?
No he podido hablar con Euriclea de este asunto aquí abajo. Ella se ha hecho cargo de una docena de recién nacidos difuntos, y está muy ocupada cuidándolos. Por suerte para ella, esos bebés nunca crecerán. Cada vez que me acerco e intento iniciar una conversación con ella, me contesta: «Ahora no, mi niña. ¡Lo siento, pero estoy muy ocupadal ¡Mira qué cosita tan bonital ¡Cuchi-cuchil ¡Agugul»
Así que nunca lo sabré.
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