lunes, 21 de diciembre de 2020

Fiodor Dostoievski: Noches blancas (la mañana)


La mañana

Mis noches terminaron por la mañana. Hacía un día desapacible. Llovía, y la lluvia golpeaba tristemente en mis cristales. La habitación estaba oscura y el patio sombrío. Me dolía la cabeza y estaba mareado. La fiebre recorría todos los miembros de mi cuerpo.

—Señor, el cartero le ha traído una carta —dijo Matriona inclinándose sobre mí.

—¡Una carta! ¿De quién? —exclamé yo, saltando de la silla.

—No veo, señor, mírelo, puede que aquí ponga quién lo envía.

Rompí el sello. ¡Era de Nástenka!

¡Oh, perdone, disculpe! De rodillas le ruego que me perdone… Le he engañado a usted y a mí misma. Ha sido un sueño, una ilusión… Hoy estoy sufriendo por usted hasta más no poder. ¡Perdóneme, perdóneme…!

No me culpe, porque en absoluto he cambiado respecto a usted. Dije que le iba a querer, y le quiero ahora, y aún más que eso. ¡Oh, Dios mío! ¡Si pudiera amarles a los dos a la vez! ¡Oh, si usted fuera él!

«¡Oh, si él fuera usted!», se me pasó por la cabeza. ¡Recordé tus propias palabras, Nástenka!

¡Dios sería testigo de lo que sería capaz de hacer ahora por usted! Yo sé que se siente mal y está triste. Yo le ofendí, pero ya sabe que, cuando se ama, la ofensa no puede sostenerse mucho tiempo. ¡Y usted me ama!

¡Se lo agradezco! ¡Sí, le agradezco ese amor! Porque ha impregnado mi memoria como un dulce sueño que al despertar se recuerda largo tiempo. Porque recordaré eternamente aquel momento en que me abrió usted su corazón tan fraternalmente acogiendo generosamente el mío, que estaba destrozado, para protegerlo, cuidarlo con ternura y curarlo… Si usted me perdona, su recuerdo se enaltecerá en mí con un eterno sentimiento de gratitud que jamás se borrará de mi alma… Guardaré ese recuerdo y le seré fiel, no lo cambiaré ni traicionaré mi corazón: es demasiado constante. Ayer mismo se volvió rápidamente hacia aquel a quien ha pertenecido siempre.

Nos encontraremos, usted vendrá a vernos, no nos dejará, y será eternamente un amigo mío, un hermano… Y cuando me vea, ¿me tenderá usted su mano? ¿Verdad que sí? Usted me la tenderá, me perdonará, ¿no es cierto? ¿Me ama como antes?

¡Oh, quiérame, no me abandone, porque le quiero tanto en estos momentos!, porque soy digna de su amor… porque lo mereceré… mi querido amigo. La semana que viene me caso con él. Regresó enamorado y jamás se olvidó de mí… No se moleste porque le escriba sobre él. Pero me gustaría ir con él a su casa. Le cogerá simpatía, ¿verdad?

¡Perdóneme y recuerde y quiera a su Nástenka!

Estuve un largo rato releyendo la carta. Los ojos se me llenaron de lágrimas. Finalmente la carta resbaló de mis manos y me cubrí la cara.

—¡Caramba! ¡Caramba! —dijo Matriona.

—¿Qué sucede, mujer?

—Pues que he quitado todas las telarañas del techo. Ahora incluso puede casarse e invitar a la gente, antes de que se ensucie de nuevo…

Miré a Matriona… Todavía era una mujer vital y joven, y no sé por qué se me presentó de pronto con la mirada apagada, arrugas en la cara, encorvada y senil… No sé la razón por la que me figuré mi habitación tan envejecida como ella. Las paredes y los suelos parecían descoloridos y todo estaba ensombrecido. No sé por qué al mirar por la ventana me dio la impresión de que la casa de enfrente también se tornaba decrépita y sombría, a la vez que la pintura de sus columnas se ahuecaba y caía; que las cornisas se habían ennegrecido y agrietado y en las paredes de color ocre chillón aparecían manchas…

Tal vez un rayo de sol que asomaba detrás de una nube se ocultara detrás de otra, preñada de lluvia, oscureciendo nuevamente todo ante mis ojos. Probablemente me figuraría pasar fugaz y tristemente toda la perspectiva de mi futuro, viéndome en aquel momento quince años después, como un hombre envejecido en aquella misma habitación, igual de solitario y junto a la misma Matriona que no había ganado en luces durante esos años.

Pero ¡recordar yo mi ofensa, Nástenka! ¿Ensombrecer con una oscura nube tu felicidad clara y serena? ¿Envenenar tu corazón con secretos remordimientos, obligándolo a latir con tristeza en los momentos de tu felicidad? ¿Ajar un solo pétalo de esas delicadas flores que entrelaces en tus negros rizos cuando junto a él te dirijas al altar…? ¡Eso jamás, jamás! ¡Que resplandezca tu cielo, que tu tierna sonrisa sea clara y serena, que Dios te bendiga por un minuto de felicidad que des a otro corazón solitario y agradecido!

¡Dios mío! ¡Un minuto entero de felicidad! ¿Acaso es poco para toda una vida humana…?

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