En el mundo de la comunicación en el que estamos inmersos, se nos empieza a hacer inconcebible un mundo como el que nos deja entrever aquí el poeta de Orihuela.
Miguel Hernández parte de la imagen metafórica de la carta como paloma, por su blancura y por el parecido con el sobre abierto. La carta-paloma es símbolo de libertad, porque las palabras pueden volar y traspasar las barreras. Las cartas son portadoras de sueños y de deseos. Pero hay cartas de esas que no llegan a su destino, cartas llenas de sentimientos y de estremecimientos que no pueden comunicar ya con las personas a las que se destinaban. El papel en el que se escriben se convierte en una especie de cementerio de las pasiones de antes y de los amores que se esperaban.
En su caso particular, hasta los tinteros se hacen cómplices de sus sentimientos de amor hacia su mujer. La tinta oscura es sangre humana, llena de calor de hombre. Por eso, reclama noticias en forma de palabras que correspondan a su amor verdadero.
Y debajo de todo ello, la prisión, la guerra que mata a seres humanos que no llegarán a leer jamás esas palabras escritas en un papel ya agujereado por el tiempo.
El palomar de las cartas
abre su imposible vuelo
desde las trémulas mesas
donde se apoya el recuerdo,
la gravedad de la ausencia,
el corazón, el silencio.
Oigo un latido de cartas
navegando hacia su centro.
Donde voy, con las mujeres
y con los hombres me encuentro,
malheridos por la ausencia
desgastados por el tiempo.
Cartas, relaciones, cartas:
tarjetas postales, sueños,
fragmentos de la ternura,
proyectados en el cielo,
lanzados de sangre a sangre
y de deseo a deseo.
Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra,
que yo te escribiré.
En un rincón enmudecen
cartas viejas, sobres viejos,
con el color de la edad
sobre la escritura puesto.
Allí perecen las cartas
llenas de estremecimientos.
Allí agoniza la tinta
y desfallecen los pliegos,
y el papel se agujerea
como un breve cementerio
de las pasiones de antes,
de los amores de luego.
Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra,
que yo te escribiré.
Cuando te voy a escribir
se emocionan los tinteros:
los negros tinteros fríos
se ponen rojos y trémulos,
y un claro calor humano
sube desde el fondo negro.
Cuando te voy a escribir,
te van a escribir mis huesos:
te escribo con la imborrable
tinta de mi sentimiento.
Allá va mi carta cálida,
paloma forjada al fuego,
con las dos alas plegadas
y la dirección en medio.
Ave que sólo persigue,
para nido y aire y cielo,
carne, manos, ojos tuyos,
y el espacio de tu aliento.
Y te quedarás desnuda
dentro de tus sentimientos,
sin ropa, para sentirla
del todo contra tu pecho.
Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra,
que yo te escribiré.
Ayer se quedó una carta
abandonada y sin dueño,
volando sobre los ojos
de alguien que perdió su cuerpo.
Cartas que se quedan vivas
hablando para los muertos:
papel anhelante, humano,
sin ojos que puedan serlo.
Mientras los colmillos crecen,
cada vez más cerca siento
la leve voz de tu carta
igual que un clamor inmenso.
La recibiré dormido,
si no es posible despierto.
Y mis heridas serán
los derramados tinteros,
las bocas estremecidas
de rememorar tus besos,
y con su inaudita voz
han de repetir: te quiero.
EL HOMBRE ACECHA (1937-1939)
No hay comentarios:
Publicar un comentario