Una mujer mayor vestida de negro que trata de llenar el vacío de su nieto perdido, tres niños que acuden al reclamo diario de los tazones de café con leche y dulce de membrillo con que la anciana los agasaja a la hora perezosa de la siesta, y que esa tarde bromean entre sí y ríen antes de que un ruido sordo imponga el silencio; el momento en que registran en todos los muebles, y el reparto tranquilo de las monedas y billetes que luego guardarán en la alcancía de yeso en forma de cerdito.
El cuento refleja el problema de los niños criados en entornos miserables y violentos. Los niños se han rebajado a un comportamiento animal sin rastros de ética.
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