Cuenta Tranquilino que venían de bautizar al niño, y Matilde lo llevaba en brazos, a caballo. Él había decidido bautizarlo, para seguir cerca de la mujer, al menos en calidad de compadre. Recuerda que el caballo pasó corriendo a toda velocidad, dejando detrás a Matilde, que cayó al suelo, y quedó hundida en un charco de agua y brotando sangre. Recuerda que fue él quien tuvo que cerrarle los ojos y enderezarle la boca torcida de angustia antes de morir. Debajo de su cuerpo encontraron al niño, a quien por suerte no aplastó en la caída, de ahí la alegría que el narrador dice que traslucían los ojos de la difunta.
Luego enterraron a Matilde y el narrador describe cómo la tierra fue tapando su cadáver. Mientras, Euremio padre comenzó a decir que su mujer aún estaría viva si el muchacho no hubiera tenido la culpa, pues al niño se le había ocurrido lanzar un berrido que asustó al caballo en el que iban él y Matilde. También dijo que si ella no hubiera buscado arquearse para no aplastar a su hijo en la caída, hubiera podido defenderse de la caída y salvarse. Con lo cual concluye que no quiere a su hijo pues él no le sirve para nada, mientras que su mujer sí podría haberle dado más hijos. Desde entonces, Euremio padre sintió un odio profundo por su hijo.
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