Bien aprendieron de memoria toda esta lección, y al día siguiente bien de mañana se plantaron en la plaza de San Salvador; y apenas llegaron los rodearon otros mozos del oficio, que, por lo flamante de los sacos y espuertas, vieron que eran nuevos en la plaza; les hicieron mil preguntas, y a todas respondían con discreción y moderación. En esto llegaron uno que parecía estudiante y un soldado, y atraídos por la limpieza de las espuertas de los dos novatos, el que parecía estudiante llamó a Cortado, y el soldado, a Rincón.
-En nombre sea de Dios -dijeron ambos.
-En buena hora comienzo el oficio -dijo Rincón-, que vuesa merced me estrena, señor mío.
A lo cual respondió el soldado:
-El estreno no será malo, porque me van bien las cosas y estoy enamorado, y quiero ofrecerles hoy un banquete a unas amigas de mi amada
-Pues cargue vuesa merced a su gusto que ánimo y fuerzas tengo para llevarme toda esta plaza e incluso si fuera necesario ayudar a guisarlo, lo haré de muy buena gana.
Quedó contento el soldado de la buena gracia del mozo, y le dijo que, si quería ser su criado, que él le sacaría de aquel bajo oficio; a lo cual respondió Rincón que, por ser aquel día el primero que lo ejercía, no lo quería dejar tan pronto, hasta ver al menos lo que tenía de malo y de bueno; y si no le agradase, él daba su palabra de servirle a él antes que a un canónigo.
Se rio el soldado, le cargó bien las esportillas y le mostró la casa de su dama, para que la conociese a partir de entonces y ya no tuviese necesidad de acompañarle cuando le enviase de nuevo. Rincón prometió fidelidad y buen trato; le dio el soldado tres cuartos, y en un vuelo volvió a la plaza para no perder una nueva oportunidad, porque también de esta agilidad les había advertido el asturiano, y de que, cuando llevasen pescado pequeño, por ejemplo albures, sardinas o acedías, bien podían quedarse con algunas para la comida del día, pero que esto habían de hacerlo con sumo cuidado y astucia, para que no perdiesen la confianza en ellos, que era lo que más importaba en aquel oficio.
Aunque volvió muy pronto Rincón, ya halló en el mismo puesto a Cortado. Se acercó a él y le preguntó que cómo le había ido. Rincón abrió la mano y le enseñó los tres cuartos. Cortado metió la suya en el pecho y sacó una bolsilla que mostraba que había pertenecido a persona rica en otros tiempos; venía algo hinchada, y dijo:
-Con esta me pagó el estudiante, y con dos cuartos; pero cogedla vos, Rincón, por lo que pueda suceder.
Y una vez que se la había dado a escondidas y la había guardado, vieron que volvía el estudiante, sudoroso y angustiado; y viendo a Cortado le preguntó si por casualidad había visto una bolsa de tales y tales señas, que, con quince escudos de oro y con tres reales de a dos y tantos maravedís en cuartos y en ochavos, le faltaba, y si la había cogido mientras había andado con él comprando.
A lo cual, con extraordinario disimulo, sin alterarse ni inmutarse lo más mínimo, respondió Cortado:
-Lo que yo puedo decir de esa bolsa es que no debe de estar perdida, a no ser que vuesa merced descuidara su vigilancia.
-Así ha sido, pecador de mí -respondió el estudiante-, que la debí de descuidar, pues me la han hurtado.
-Lo mismo digo yo -dijo Cortado-, pero para todo hay remedio menos para la muerte, y el que vuesa merced podrá tomar es, primera y principalmente, tener paciencia, que un día viene tras otro día y donde las dan las toman, y podría ser que, con el tiempo, el que se llevó la bolsa, se arrepintiera y se la devolviese a vuesa merced mejorada.
-La mejoría la perdonaríamos -respondió el estudiante. Y Cortado prosiguió diciendo:
-Cuanto más que hay decretada orden de excomunión para los ladrones; aunque, en verdad, no quisiera ser yo el portador de tal bolsa, porque si es que vuesa merced pertenece a alguna orden religiosa, me parecería a mí que había cometido algún gran sacrilegio.
-¡Y cómo que_ha cometido sacrilegio! -dijo a esto el apenado estudiante-; que aunque yo .no soy sacerdote, sino sacristán, el dinero de la bolsa era de las rentas de una capellanía, que me pidió que cobrara un sacerdote amigo mío, y es dinero sagrado y bendito.
-Con su pan se lo coma -dijo Rincón a este punto-; no le arriendo la ganancia; día del juicio final hay, donde todo se averiguará, y entonces se verá quién fue el valiente que se atrevió a tomar, hurtar y reducir el dinero de la capellanía. Y ¿cuánto renta cada año?, dígame, señor sacristán, si es tan amable.
-¡Renta la puta que me parió! ¿Y estoy yo ahora para decir lo que renta? -respondió el sacristán, bastante enfurecido-. Decidme, hermanos, si sabéis algo; si no, quedad con Dios, que yo quiero anunciar la pérdida.
-No me parece mal remedio ese-dijo Cortado-, pero no olvide vuesa merced las señas de la bolsa ni la cantidad exacta del dinero que va en ella, que si se equivoca en un céntimo le profetizo que no aparecerá jamás.
-No hay que temer eso -respondió el sacristán-, que lo tengo más metido en la memoria que el tocar de las campanas; no me equivocaré lo más mínimo.
Sacó entonces del bolsillo un pañuelo adornado con encajes para limpiarse el sudor que goteaba de su rostro; y, apenas lo hubo visto Cortado, cuando le echó el ojo. Y habiéndose ido el sacristán, Cortado le siguió y le alcanzó en las Gradas de la Catedral, donde le llamó y le apartó a un lado, y allí le comenzó a decir tantos disparates y trolas acerca del hurto y hallazgo de su bolsa, dándole buenas esperanzas, sin concluir jamás razonamiento alguno, que el pobre sacristán estaba extasiado escuchándole; y como no acababa de entender lo que le decía, pedía que se lo repitiese dos y tres veces.
Cortado le miraba a la cara atentamente, y no apartaba la mirada de sus ojos. El sacristán le miraba de la misma manera, estando maravillado de sus palabras; este enorme embobamiento dio ocasión a Cortado a concluir su obra, y sutilmente le sacó el pañuelo del bolsillo y, despidiéndose del estudiante, le dijo que a la tarde procurase verle en aquel mismo lugar, porque él sospechaba que un muchacho de su mismo oficio y de su misma edad, que era algo ladroncillo, le había cogido la bolsa, y que él se comprometía a averiguarlo dentro de pocos o de muchos días.
Con esto se consoló algo el sacristán, y se despidió de Cortado, el cual se volvió a donde estaba Rincón, que lo había visto todo un poco apartado de él, y más abajo estaba otro mozo de la esportilla, que vio todo lo que había pasado y cómo Cortado daba el pañuelo a Rincón; y acercándose a ellos, les dijo:
- Díganme, señores galanes: ¿voacedes son de mala entrada, o no?
-No entendemos esas palabras, señor galán -respondió Rincón.
-¿Que no entrevan, señores murcios? -respondió el otro.
-No somos de Teba ni de Murcia -dijo Cortado-. Si otra cosa quiere, dígala; si no, váyase con Dios.
-¿No lo entienden? -dijo el mozo-. Pues yo se lo explicaré. Quiero decir, señores, si son vuesas mercedes ladrones. Aunque no·sé para qué les pregunto esto, pues ya sé que lo son. Pero
díganme: ¿cómo no han ido a la aduana del señor Monipodio?
-¿Es que se paga en esta tierra impuesto de ladrones, señor galán? -dijo Rincón.
-Si no se paga -respondió el mozo-, por lo menos se registran ante el señor Monipodio, que es su padre, su maestro y su protector, y así les aconsejo que vengan conmigo a rendirle obediencia, o si no, no se atrevan a hurtar sin su permiso, que les costará caro.
-Yo pensaba -dijo Cortado- que el hurtar era oficio libre, no sujeto a impuestos, y que si se paga es de una vez, con la horca o los azotes; pero puesto que así es y en cada tierra tienen sus costumbres, guardemos nosotros las de esta, que por ser la más principal del mundo serán las más acertadas de todo él. Así que puede vuesa merced guiarnos adonde está ese caballero del que habla, que ya tengo yo sospechas, según lo que he oído decir, que es persona muy capacitada y generosa y sobradamente hábil en el oficio.
-¡Y cómo que es capacitado, hábil y experto! - respondió el mozo-. Lo es tanto, que en cuatro años que hace que tiene el cargo de ser nuestro superior y maestro solo han padecido cuatro en el finibusterrae, treinta envesados y sesenta y dos en gurapas.
-En verdad, señor -dijo Rincón-, entendemos tanto esos nombres como sabemos volar.
- Comencemos a andar, que yo los iré aclarando por el camino -respondió el mozo-, junto con algunos otros que les harán tanta falta como el comer.
Y así les fue diciendo y aclarando otros nombres de los que ellos llaman germanescos o de la germanía a lo largo de su conversación, que no fue corta, porque el camino era largo. En el cual dijo Rincón, a su guía:
-¿Acaso es vuesa merced ladrón?
-Sí -respondió él-, para servir a Dios y a las buenas personas, aunque no de los muy expertos; que todavía estoy en el año del noviciado.
A lo cual respondió Cortado:
-Cosa nueva es para mí que haya ladrones en el mundo para servir a Dios y a la gente buena.
A lo cual respondió el mozo:
-Señor, yo no me meto en cuestiones de doctrina religiosa; lo que sé es que cada uno en su oficio puede alabar a Dios, y más con la orden que tiene dada Monipodio a todos sus protegidos.
-Sin duda -dijo Rincón- debe de ser buena y santa, pues hace que los ladrones sirvan a Dios.
-Es tan santa y buena -replicó el mozo--, que no sé yo si se podrá mejorar en nuestro arte. Él tiene ordenado que de lo que hurtemos demos alguna cosa o limosna para el culto de una imagen muy devota que hay en esta ciudad, y en verdad que hemos visto grandes cosas por esta buena obra; porque hace unos días le dieron tres ansias a un cuatrero que había murciado dos roznos, y aunque estaba débil y sin fuerzas por unas fiebres, las sufrió sin cantar. Y esto lo atribuimos los del oficio a su devoción, porque sus fuerzas no eran bastantes para soportar el primer desconcierto del verdugo. Y puesto que sé que me van a preguntar algunos vocablos de los que he dicho, quiero curarme en salud y decírselos antes de que me pregunten. Sepan voacedes que cuatrero es ladrón de bestias; ansia es el tormento; roznos, los asnos; primer desconcierto es el principio del tormento que da el verdugo. Tenemos más: que rezamos nuestro rosario, durante la semana, y muchos de nosotros no hurtamos el viernes, ni tenemos trato carnal con mujer que se llame María el sábado.
-De perlas me parece todo eso -dijo Cortado-; pero dígame vuesa merced: ¿se hace alguna devolución u otra penitencia además de lo ya dicho?
-De eso de devolver no hay nada que hablar -respondió el mozo- porque es cosa imposible, por las muchas partes en las que se divide lo hurtado entre cada uno de los ministros y contrayentes; de modo que el primero que roba no puede devolver nada; además no hay nadie que nos mande cumplir este requisito, puesto que nunca nos confesamos, y si hay avisos de excomunión, jamás llegan a nuestro conocimiento, porque jamás vamos a la iglesia cuando se leen, a no ser los días en que la Iglesia concede el perdón general a los fieles, por la ganancia que nos ofrece la asistencia de tanta gente.
-¿ Y haciendo solo eso dicen esos señores -dijo Cortadillo- que su vida es santa y buena?
-Pues ¿qué tiene de malo? -replicó el mozo-. ¿No es peor ser hereje o renunciar a la fe del bautismo o matar al padre y a la madre?
-Todo es malo -replicó Cortado-. Pero puesto que nuestro destino ha querido que entremos en esta cofradía, vuesa merced aligere el paso; que me muero por verme con el señor Monipodio, de quien tantas virtudes se cuentan.
-Pronto se les cumplirá su deseo -dijo el mozo-, que ya desde aquí se alcanza a ver su casa. Quédense vuesas mercedes en la puerta, que yo entraré a ver si está desocupado, porque estas son las horas en las que él suele recibir visitas.
-Así lo haremos -dijo Rincón.
Ministros y contrayentes: de nuevo se utiliza un lenguaje religioso para referirse a los miembros de la cofradía de Monipodio. En este caso, se refiere al matrimonio, siendo los ministros los que lo celebran, y contrayentes, quienes se casan.
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