Sólo hay un autor medieval español en la nómina de los mencionados por Neruda: Jorge Manrique. Con tratamiento preferente -«Oda a don Jorge Manrique»- figura en Nuevas odas elementales. Hay veneración auténtica en los versos a él dedicados. Manrique es en la oda nerudiana esa figura caballeresca y pulcra que vive en la mente de cuantos se le han acercado.
Pero este respeto no esconde una seria objeción. Neruda está en pleno trance de reconciliación con la vida y no le parece lícito que un poeta se ocupe preferentemente de cantar a la muerte. Él, que ha abominado de su dolorosa y negativa poesía residenciaria, no podrá excusar lo que hay de funerario en esa delgada voz del siglo XV. Manrique aparece, por eso, en el poema tratando de justificarse y de rectificar.
Quien habla, está claro, no es Manrique, sino Neruda. La licencia es excesiva y muestra un absoluto desentendimiento del contenido vital que hay en esas Coplas, donde la vida y la muerte no son enigmas, sino elementos perfectamente encalados en una visión envidiablemente serena del orden del universo. Esa falta de captación del pensamiento manriqueño es la que le induce a Neruda a medir con el mismo rasero la obra del poeta medieval y la suya propia en la etapa superrealista. El «solitario trovador» que anduvo «en las moradas transitorias» donde «todos los pasos iban / a un solemne eternidad / vacías», pretendida imagen de Manrique, no es sino la del desorientado paseante de Walking around. Falsa identificación evidentemente.
Pero no hay que sorprenderse ante esta clase de desajustes apreciativos en un poeta tan emocional como el chileno. Lo importante, por encima de esto, es valorar la admiración que esta búsqueda de afinidades representa y que revela una comprensión "malgré lui" por vía intuitiva. No en vano el autor de las Coplas es uno de los cuatro grandes poetas españoles mencionados por Neruda en una muy citada declaración de preferencias.
Manrique es, pues, uno de los cuatro pilares, «titánicos guardianes, armaduras / de platino y nevada transparencia» en los que se apoyó para superar su hundimiento en las «pestilenciales agonías» de Lautréammont. Manrique es también, muy significativamente, en uno de los poemas dedicadas a Rubén Darío en La barcarola, la estatua de mármol vivificado que rinde el homenaje de «una rosa olorosa» al nicaragüense «que llega a Castilla e inaugura la lengua española».
Luis Sáinz de Medrano Arce, Sobre Neruda y los clásicos españoles
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