viernes, 18 de marzo de 2011

Gabriel Celaya: Poema al maestro

Hoy, cuando se conmemora el centenario de Gabriel Celaya, me gustaría dejar aquí las palabras del poeta guipuzcoano en las que traza la esencia de nuestra profesión de enseñantes, con todos los deseos y aspiraciones que ponemos en el desempeño de la tarea de transmitir un poco de nuestra propia alma en cada una de las palabras que cada día vamos esparciendo por esas aulas y por esas cabezas de esos niños, de esas barcas, como dice el poeta; palabras que a veces quedan en lo más hondo de aquellos que algún día estuvieron receptivos y permeables...y siguieron tu ejemplo de maestro educador.
Va por todos los que sentimos esta profesión...Porque, al menos, NOS QUEDA LA PALABRA, como decía Blas de Otero.

Educar es lo mismo
que poner un motor a una barca
hay que medir, pesar, equilibrar...
... y poner todo en marcha.

Pero para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino, un poco de pirata...
un poco de poeta...
y un kilo y medio de paciencia concentrada.

Pero es consolador soñar mientras uno trabaja,
que esa barca, ese niño,
irá muy lejos por el agua.

Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia pueblos distantes, hacia islas lejanas.
Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá nuestra bandera enarbolada.

8 comentarios:

Virginia dijo...

Es un poema precioso que me ha hecho recordar a muchos de los alumnos que he tenido a lo largo de estos años de profesora, ya que en cada uno de esos chicos y chicas que han estado en nuestras vidas durante un curso o más, muchas veces se llevan algo de nosotros, como dice Celaya.

Saludos, Manolo

Manuel López dijo...

Es lo que realmente da sentido a todo este esfuerzo, tan incomprendido, por otra parte, por la gente.
En todos ellos dejamos nuestra ración de palabras.
Ya ves que algunos alumnos se entusiasman con lo que les proponemos.
Otro saludo, Virginia.

Manuel dijo...

Gracias por este regalo al oído y a la autoestima. Enhorabuena por el blog, se lo recomendaré a mis hijas para demostrarles que la Lengua puede ser una asignatura muy interesante, ellas la llegan a considerar una tortura...
Saludos

Manuel López dijo...

Tú sí que me has hecho un regalo a la autoestima. Me encanta que te haya gustado el blog.
Un saludo.
Manolo

Anónimo dijo...

muy lindo este poema lo voy a trabajar con mis alumnos de ELE y que me hagan lo" mismo" con la profesion que les gustaría ejercer. Voy a trabajar el tema del trabajo con ellos.
No consigo descargar el poema
un cordial saludo
Elena

Anónimo dijo...

Enhorabuena por esta iniciativa y alegrarnos el día a los que caemos por error en esta página.

Manuel Andrades Cordero dijo...

Buenos días tocayo,con este poema me has ayudado a tener un detalle con mis compañeros regalándoles este poema para celebrar el día del libro. Mañana celebramos a lo grande el 400 aniversario de la muerte del icono de nuestra ciudad,que por otro lado estáis todos invitados a venir alguna vez.enhorabuena! Te invito a visitar mi blog que aunque es de otro área espero que te guste.un saludo!

Eloísa dijo...

A un lado de la página estaba este precioso poema, esperando a ser descubierto.
Todos los docentes hemos sido antes alumnos. Tenemos la ventaja de ver las dos caras de la moneda.
¿Quién no ha tenido ese o esos profesores que nos han marcado para siempre? En algún comentario anterior, yo he hablado de mi profesor de Literatura en el instituto. A él le debo, no sólo el amor por la Literatura, si no también haber contribuido a modelar mi personalidad a una edad crítica. Una labor docente y una influencia que han perdurado toda la vida.
Nunca estaré en disposición de agradecer suficientemente a este y otros profesores todo lo que significaron para mí. Lo que sí trato, cada día, es de transmitir a mis hijas este sentimiento.

Ahora nos queda a nosotros el mismo reto y la misma responsabilidad. Y siempre encontraremos alumnos en los que cale nuestro mensaje, como arraigaron en nosotros las enseñanzas de nuestros profesores. Ojalá pueda yo estar a la altura de aquellos que me educaron.