lunes, 21 de diciembre de 2015

Paseo literario por la Sevilla del Romanticismo



El pasado martes día 15 de diciembre los alumnos de 4º ESO del IES Pablo Neruda de Castilleja de la Cuesta, acompañados por Rafa Olmo y Manuel López, realizaron un paseo literario por la Sevilla del Romanticismo con textos de Bécquer y de Don Juan Tenorio de José Zorrilla.
Empezamos el recorrido por la casa en la que vivió Fernán Caballero (seudónimo de Cecilia Böhl de Faber), nos dirigimos al lugar en el que se encontraba la casa natal de Bécquer en la calle conde de Barajas. El plato fuerte de la excursión era la visita al convento de santa Inés, en cuya iglesia, descubrimos la leyenda de los amores de don Pedro I por doña María Coronel. Su cuerpo incorrupto se encuentra en una urna en la sacristía de la iglesia. Asimismo leímos fragmentos de la leyenda de Maese Pérez el organista, localizada en santa Inés por el poeta.
Un receso de media hora en las setas de La Encarnación para tomar el desayuno nos ayudó a reponer fuerzas y continuar el paseo, que a continuación nos condujo a la plaza de los Venerables, en donde se halla la Hostería del Laurel, lugar en el que Zorrilla ubica el encuentro de don Juan con don Luis Mejía para ver el resultado de la apuesta que hicieron un año atrás. Leímos los textos de la apuesta.
La visita a la plaza de los Refinadores es obligada en un paseo de este tipo. La estatua de don Juan Tenorio fue testigo mudo de la lectura de algunos pasajes de la obra y de la fotografía del grupo completo.
Ya solo nos quedaba la glorieta de Bécquer en el parque de María Luisa, el momento lírico del paseo para recordar las palabras del poeta sevillano en algunas de sus rimas más renombradas.
Los profesores estamos satisfechos con la experiencia y creemos que también los alumnos han disfrutado de esta experiencia que sirve para acercar los textos literarios a los jóvenes, a los que suponemos tan alejados de la palabra literaria y tan cercanos a las Nuevas Tecnologías.

Puedes descargar los textos del paseo literario aquí.


jueves, 17 de diciembre de 2015

¡Feliz Navidad!

Este año me gustaría felicitar la Navidad con este montaje que tiene como base un tierno cuento de Antonio García Barbeito lleno de buenos deseos, de deseos de los de verdad.
¡Feliz Navidad! y Feliz 2016

miércoles, 9 de diciembre de 2015

José Zorrilla: Don Juan Tenorio

De este calavera universal se han hecho infinidad de versiones, no solo en teatro, también en el cine y en la ópera, así como en televisión, amén de servir de referente para algunos grupos musicales de la actualidad.
Y es que don Juan Tenorio, un sevillano fanfarrón, caradura y delincuente, presume de galán y de buen espadachín, que no rehúye la pelea y se pavonea ante las mujeres, no porque persiga el amor, sino la conquista por la conquista misma, y si te he visto no me acuerdo. A los ojos de la iglesia católica es un pecador de la peor calaña que merece el castigo del infierno. Sin embargo, Zorrilla adoptó la postura de la Iglesia y forzó la situación de manera que el pendenciero tomara el camino del arrepentimiento por el amor que le tenía a doña Inés, lo que permitió que se salvara.

Os dejo una meritoria interpretación en directo en Alcalá de Henares y dos programas de RTVE, La mitad invisible y Para todos la 2, dedicados a la obra y al personaje del Tenorio.



domingo, 6 de diciembre de 2015

Anton Chejov: El espejo curvo (Cuento de Navidad)

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Mi mujer y yo entramos en la sala. Olía a musgo y humedad. Millones de ratas y ratones echaron a correr cuando alumbramos aquellas paredes que durante un siglo entero no habían visto la luz. Cuando cerramos la puerta tras de nosotros, entró una ráfaga de viento y se arremolinaron los papeles, amontonados por los rincones de la estancia. La luz cayó sobre aquellos papeles y distinguimos viejas inscripciones e imágenes medievales. De las paredes, que el tiempo había puesto semiverdosas, colgaban los retratos de mis antepasados. Sus rostros tenían una expresión altiva, severa, como si quisieran decir: 
-¡Buena azotaina te mereces, hermanito! Nuestros pasos resonaban por toda la casa. A mis toses respondía el eco, el mismo eco que en otros tiempos había respondido a mis antepasados. 
El viento ululaba y gemía. Alguien lloraba en el tubo de la chimenea, con llanto en que se percibía una nota de desesperación. Gruesas gotas de agua repicaban en las ventanas oscuras, empañadas, y sus golpes llenaban el ánimo de tristeza. 
-¡Oh, antepasados, antepasados!- dije, suspirando profundamente-. Si fuera escritor, mirando los retratos escribiría una larga novela. Pues cada uno de estos viejos fue en su tiempo joven, y cada uno de ellos o ellas tuvo su novela. ¡y qué novela! Mira, por ejemplo, a esta vieja, mi bisabuela. Esa mujer tan fea y horrible tiene su novelita, que es de extraordinario interés . ¿Ves -pregunté a mi esposa-, ves el espejo que cuelga ahí, en el rincón? 
Y señalé un gran espejo, con negro marco de bronce, colgado en un ángulo de la pared, cerca del retrato de mi bisabuela. 
-Este espejo posee virtudes mágicas y fue la perdición de mi bisabuela, que lo compró por una cantidad enorme y no se separó de él hasta morir. Se miraba en el espejo día y noche, sin cesar; se miraba incluso cuando comía y bebía. Cuando se acostaba, siempre lo ponía a su lado, en la cama, y en trance de muerte pidió que lo colocasen con ella en el ataúd. No lo hicieron así sólo porque el espejo no cupo. 
 -¿Era coqueta? - preguntó la esposa. 
 -Admitámoslo. Pero ¿no tenía, acaso, otros espejos? ¿Por qué tuvo tanto cariño precisamente por éste y no por otro? ¿Le faltaban, acaso, espejos mejores? No, querida; aquí se esconde algún misterio terrible. No puede ser de otro modo. La leyenda dice que en el espejo hay un diablo y que mi bisabuela sentía debilidad por los diablos. Desde luego, esto es absurdo, pero no hay duda de que el espejo con marco de bronce posee una fuerza misteriosa. 
Sacudí el polvo del espejo, lo miré y solté una carcajada. A mi carcajada, respondió sordamente el eco. El espejo era curvo y mi fisonomía se torcía en todas las direcciones; me ví la nariz en la mejilla izquierda; el mentón, desdoblado en dos, se me había desplazado hacia un lado. 
 -¿Qué gusto más raro el de mi bisabuela! -dije. 
Mi mujer se acercó indecisa al espejo, también se miró en él, y enseguida ocurrió algo horrible. Palideció, se puso a temblar convulsivamente de pies a cabeza y lanzó un grito. Se le cayó de la mano el candelabro, que rodó por el suelo, y la vela se apagó. Quedamos sumidos en las tinieblas. En el mismo instante oí caer algo pesado: mi mujer se había desmayado. El viento gimió aún más lastimeramente, empezaron a correr las ratas, entre los papeles se agitaron los ratones. Los pelos se me pusieron de punta cuando se desprendió el postigo de una ventana y se vino abajo. Por la ventana apareció la luna. Levanté a mi mujer y la saqué en brazos de la morada de mis antepasados. No volvió en sí hasta el día siguiente, al atardecer. 
 -¡Ese espejo! ¡Dadme el espejo! -dijo al recobrar el conocimiento-. ¿Dónde está el espejo? 
Durante una semana entera no bebió, no comió, no durmió, no hizo sino pedir que le trajeran el espejo. Lloraba a lágrima viva, se arrancaba los cabellos de la cabeza, se agitaba, y, por fin, cuando el doctor declaró que mi mujer podía morir de consunción, y que su estado era de suma gravedad, vencí mi miedo, bajé otra vez a la antigua mansión y traje de allí el espejo de la bisabuela. Al verlo, mi mujer se echó a reír de felicidad; luego lo agarró, lo besó y se lo quedó mirando, clavados los ojos en él. 
Han transcurrido ya más de diez años y sigue contemplándose en el espejo sin separarse de él ni un solo instante. 
 ¡Es posible que ésta sea yo? -balbucea mientras que en su rostro, a la vez que el color de la púrpura, aparece una expresión de dicha y arrobamiento-. ¡Sí, soy yo! ¡Todo miente, menos este espejo! ¡Mienten las personas, miente mi marido! ¡Oh, si antes me hubiera visto, si hubiera sabido cómo soy en realidad, no me habría casado con ese hombre! ¡Es indigno de mí! ¡A mis pies han de humillarse los caballeros más apuestos, los más nobles!. 
 En cierta ocasión, estando de pie detrás de mi mujer, miré casualmente el espejo y descubrí el espantoso secreto. Vi en el espejo a una mujer de deslumbrante belleza, como nunca había encontrado en mi vida. Era un prodigio de la naturaleza, un armónico acuerdo de hermosura, elegancia y amor. Pero ¿a qué se debía aquello? ¿Qué había sucedido? ¿Cómo era que mi mujer, fea y torpe, pareciera en el espejo tan maravillosa? ¿A qué se debía aquello? Pues a que el espejo curvo torcía el feo rostro de mi mujer en todos los sentidos y por este casual desplazamiento de sus rasgos, su cara resultaba preciosa. Menos por menos daba más. Y ahora, los dos, mi mujer y yo, permanecemos sentados ante el espejo y lo contemplamos sin separarnos de él un solo minuto; la nariz se me mete en la mejilla izquierda, el mentón, desdoblado en dos, se me desplaza hacia un lado, pero la cara de mi mujer es encantadora, y una pasión loca, insensata, se apodera de mí. 
-¡Ja, ja, ja! -suelto riéndome a carcajadas como un salvaje. Mientras mi mujer balbucea, con voz apenas perceptible: -¡Qué hermosa soy!.

Cuestionario acerca del cuento

sábado, 21 de noviembre de 2015

Alejo Carpentier: Los adjetivos son las arrugas del estilo

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Los adjetivos son las arrugas del estilo. Cuando se inscriben en la poesía, en la prosa, de modo natural, sin acudir al llamado de una costumbre, regresan a su universal depósito sin haber dejado mayores huellas en una página. Pero cuando se les hace volver a menudo, cuando se les confiere una importancia particular, cuando se les otorga dignidades y categorías, se hacen arrugas, arrugas que se ahondan cada vez más, hasta hacerse surcos anunciadores de decrepitud, para el estilo que los carga. Porque las ideas nunca envejecen, cuando son ideas verdaderas. Tampoco los sustantivos. Cuando el Dios del Génesis luego de poner luminarias en la haz del abismo, procede a la división de las aguas, este acto de dividir las aguas se hace imagen grandiosa mediante palabras concretas, que conservan todo su potencial poético desde que fueran pronunciadas por vez primera. Cuando Jeremías dice que ni puede el etíope mudar de piel, ni perder sus manchas el leopardo, acuña una de esas expresiones poético-proverbiales destinadas a viajar a través del tiempo, conservando la elocuencia de una idea concreta, servida por palabras concretas. Así el refrán, frase que expone una esencia de sabiduría popular de experiencia colectiva, elimina casi siempre el adjetivo de sus cláusulas: “Dime con quién andas…”, ” Tanto va el cántaro a la fuente…”, ” El muerto al hoyo…”, etc. Y es que, por instinto, quienes elaboran una materia verbal destinada a perdurar, desconfían del adjetivo, porque cada época tiene sus adjetivos perecederos, como tiene sus modas, sus faldas largas o cortas, sus chistes o leontinas.

El romanticismo, cuyos poetas amaban la desesperación -sincera o fingida- tuvo un riquísimo arsenal de adjetivos sugerentes, de cuanto fuera lúgubre, melancólico, sollozante, tormentoso, ululante, desolado, sombrío, medieval, crepuscular y funerario. Los simbolistas reunieron adjetivos evanescentes, grisáceos, aneblados, difusos, remotos, opalescentes, en tanto que los modernistas latinoamericanos los tuvieron helénicos, marmóreos, versallescos, ebúrneos, panidas, faunescos, samaritanos, pausados en sus giros, sollozantes en sus violonchelos, áureos en sus albas: de color absintio cuando de nepentes se trataba, mientras leve y aleve se mostraba el ala del leve abanico. Al principio de este siglo, cuando el ocultismo se puso de moda en París, Sar Paladán llenaba sus novelas de adjetivos que sugirieran lo mágico, lo caldeo, lo estelar y astral. Anatole France, en sus vidas de santos, usaba muy hábilmente la adjetivación de Jacobo de la Vorágine para darse “un tono de época”. Los surrealistas fueron geniales en hallar y remozar cuanto adjetivo pudiera prestarse a especulaciones poéticas sobre lo fantasmal, alucinante, misterioso, delirante, fortuito, convulsivo y onírico. En cuanto a los existencialistas de segunda mano, prefieren los purulentos e irritantes.

Así, los adjetivos se transforman, al cabo de muy poco tiempo, en el academismo de una tendencia literaria, de una generación. Tras de los inventores reales de una expresión, aparecen los que sólo captaron de ella las técnicas de matizar, colorear y sugerir: la tintorería del oficio. Y cuando hoy decimos que el estilo de tal autor de ayer nos resulta insoportable, no nos referimos al fondo, sino a los oropeles, lutos, amaneramientos y orfebrerías, de la adjetivación.

Y la verdad es que todos los grandes estilos se caracterizan por una suma parquedad en el uso del adjetivo. Y cuando se valen de él, usan los adjetivos más concretos, simples, directos, definidores de calidad, consistencia, estado, materia y ánimo, tan preferidos por quienes redactaron la Biblia, como por quien escribió el Quijote.

miércoles, 28 de octubre de 2015

Poemas adolescentes de Gabriel García Márquez



Si alguien llama a tu puerta, amiga mía,
Y algo en tu sangre late y no reposa
Y en su tallo de agua temblorosa
El surtidor florece su alegría.
Si alguien llama a tu puerta y todavía
Te queda tiempo para ser hermosa,
Si aún existe la arteria de la rosa
Para tomarle el pulso a la poesía.
Si alguien llama a tu puerta una mañana,
Sonora de palomas y campanas
Y aún crees en el dolor de la alegría;
Si aún la vida es verdad y el beso existe,
Si alguien llama a tu puerta y estás triste
Abre que es el amor, amiga mía.



Murió de mal de aroma
Rosa idéntica, exacta.
Subsistió a su belleza,
Sucumbió a su fragancia.
No tuvo nombre: acaso
La llamarían Rosaura,
O Rosa-fina, o Rosa
Del amor o Rosalía,
O simplemente: Rosa,
Como la nombra el agua.
Más le hubiera valido
Ser siempreviva, Dalia,
Pensamiento con luna
Como un ramo de acacia.
Pero ella será eterna:
Fue rosa y eso basta.
Dios le guarde en su reino
A la diestra del alba.



Yo he visto el mar. Pero no era
El mar retórico con mástiles
Y marineros amarrados
A una leyenda de cantares.
 
Ni el verde mar cosmopolita
—mar de Babel— de las ciudades,
que nunca tuvo unas ventanas
para el lucero de la tarde.
 
Ni el mar de Ulises que tenía
Siete sirenas musicales
Cual siete islas rodeadas
De música por todas partes.
 
Ni el mar inútil que regresa
Con una carga de paisajes
Para que siempre sea octubre
En el sueño de los alcatraces.
 
Ni el mar bohemio con un puerto
Y un marinero delirante
Que perdiera su corazón
En una partida de naipes.
 
Ni el mar que rompe contra el muelle
Una canción irremediable
Que llega al pecho de los días
Sin emoción, como un tatuaje.
 
Ni el mar puntual que siempre tiene
Un puerto para cada viaje
Donde el amor se vuelve vida
Como en el vientre de una madre.
 
Que era mi mar el  mar eterno,
Mar de la infancia, inolvidable,
Suspendido de nuestro sueño
Como una paloma en el aire.
 
Era el mar de la geografía
De los pequeños estudiantes,
Que aprendimos a navegar
En los mapas elementales.
 
Era el mar de los caracoles,
Mar prisionero, mar distante,
Que llevábamos en el bolsillo
Como un juguete a todas partes.
 
El mar azul que nos miraba,
Cuando era nuestra edad tan frágil
Que se doblaba bajo el peso
De los castillos en el aire.
 
Y era el mar del primer amor
En unos ojos otoñales.
Un día quise ver el mar
—mar de la infancia— y ya era tarde.

viernes, 23 de octubre de 2015

Taller sobre el acoso escolar


El pasado martes tuvimos el placer de contar en clase con dos jóvenes, Rosa y Laura, que aprovechan su tiempo, en tanto encuentran trabajo, dedicándolo graciosamente a los demás. En este caso, mi propuesta de la semana anterior en la clase de Valores Éticos sobre si conocían a alguien a quien no le importase venir al centro a trabajar con nosotros el tema del acoso, tuvo inmediata acogida, puesto que una de mis alumnas se ofreció a hablar con una prima suya que se dedicaba a estos menesteres. Dicho y hecho. Rosa y Laura se pusieron en contacto conmigo por correo electrónico y concertamos la visita para el martes 20.


La finalidad de nuestras invitadas era sin duda que los estudiantes tomaran conciencia de qué era con certeza el acoso, cómo detectarlo pronto y cómo enfretarse a él. Para ello dinamizaron la clase por grupos para responder a unas cuestiones prediseñadas. La actividad tuvo una acogida entusista por parte de los alumnos. El grupo ganador obtuvo una recompensa y la satisfacción de que sobre este asunto tienen más conocimientos del que creen de antemano, puesto que o lo han vivido en carne propia o conocen personas cercanas que lo han sufrido o lo sufren.
Su página web está a disposición de quien tenga interés por el tema.
La semana que viene, en este intento de acercar la calle al aula, esperamos la presencia de la abuela de otra de nuestras alumnas para tratar el asunto de la violencia doméstica. Seguro que tampoco nos defraudará.




La lectura que están haciendo ahora durante el primer trimestre de Marioneta de Beatriz Berrocal se está convirtiendo en un aliado importante. 
Es interesante escuchar este relato de Miguel Sánchez Robles, que trata el tema con gran tacto y especial sutileza.

domingo, 11 de octubre de 2015

Las manías de los grandes escritores

Mason Currey recopila en «Rituales cotidianos» las rarezas de más de 160 artistas, entre los que destacan autores como Scott Fitzgerald, Truman Capote, Philip Roth o Alice Munro

1). Scott Fitzgerald (1896-1940)

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F. Scott Fitzgerald siempre tuvo problemas para llevar un horario normal. Durante su estancia en París en 1925 se levantaba sobre las once y solía ponerse a escribir sobre las cinco de la tarde. Seguía hasta bien entrada la madrugada, aunque muchas noches las pasaba recorriendo los cafés junto a Zelda. Su verdadera escritura tenía lugar en «breves raptos de actividad concentrada», hasta el punto de llegar a escribir 8.000 palabras del tirón. El problema es que el autor de «El Gran Gatsby» fue poco a poco convenciéndose de que el alcohol era esencial para su proceso creativo (su favorita era la ginebra sola, ya que era difícil de detectar en el aliento y su efecto era rápido).

2) Arthur Miller (1915-2005)

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«Ojalá tuviese yo una rutina para escribir», dijo Henry Miller en una entrevista en 1999. «Me levanto por la mañana, voy a mi estudio y escribo. ¡Y luego lo rompo todo! Esa es la rutina, en realidad. Entonces, ocasionalmente, algo queda. Y eso es lo que continúo. La única imagen que me viene a la mente es la de un hombre que camina con una vara de hierro en la mano durante una tormenta de rayos».

3) Haruki Murakami (Kioto, 1949)

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Haruki Murakami se despierta a las cuatro de la mañana y trabaja de cinco a seis horas seguidas cuando está escribiendo un libro. Entrada la tarde, el escritor japonés nada, corre, lee, escucha música y se acuesta a las nueve. Murakami ha reconocido que mantener este ritual durante el tiempo necesario para terminar una novela requiere de algo más que disciplina mental. El único problema, como el propio autor reconoció en un ensayo en 2008, es que casi debe renunciar a la vida social: «La gente se ofende cuando uno rechaza repetidamente sus invitaciones».

4) Henry James (1843-1916)

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Henry James siempre mantuvo hábitos de trabajo regulares. Escribía todos los días. Comenzaba por la mañana, temprano, y lo dejaba cerca de la hora de comer. En sus últimos años, un dolor de muñeca hizo que abandonara su pluma y tuviera que dictar sus textos a un secretario que llegaba cada día a las nueve y media de la mañana. Por las tardes, leía, tomaba el té, salía a pasear, cenaba y pasaba la noche tomando apuntes para el trabajo del día siguiente. Tan pronto terminaba un libro comenzaba otro nuevo.

5) James Joyce (1882-1941)

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James Joyce solía levantarse entrada la mañana y escribía por la tarde, ya que según él era cuando «la mente está en su mejor momento». Las noches las pasaba en cafés o restaurantes y con frecuencia amanecía cantando viejas canciones irlandesas en el bar (se enorgullecía de su voz de tenor). En 1914, cuando ya había empezado el «Ulises», trabajaba en el libro todos los días, aunque seguía escribiendo por las tardes y dedicando las noches a confraternizar con sus amigos. En octubre de 1921 terminó por fin la novela, después de siete años de trabajo: «Calculo que debo haber pasado casi 20.000 horas escribiendo “Ulises”».

6) Martin Amis (Swansea, 1949)

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Martin Amis escribe de lunes a viernes en una oficina que está a poco más de un kilómetro de su domicilio londinense. Cumple con un horario de oficina, pero solo dedica una parte de ese tiempo a escribir. «Todo el mundo supone que soy una persona sistemática y uncida al yugo. Creo que la mayoría de los escritores se sentirían muy felices con dos horas de trabajo concentrado».

7) Truman Capote (1924-1984)

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Truman Capote escribía cuatro horas al día. Revisaba su obra por las noches o a la mañana siguiente y hacía dos versiones manuscritas a lápiz antes de mecanografiar una copia definitiva. Era muy supersticioso. Escribir en la cama era la menor de sus supersticiones. En el mismo cenicero no podía haber tres colillas al mismo tiempo y, si estaba en casa de alguien, metía los restos de cigarrillo en sus bolsillos para no llenar el cenicero. Los viernes no podía empezar ni terminar nada y sumaba números en su cabeza de forma compulsiva.

8) Philip Roth (Newark, 1933)

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«Escribir no es un trabajo duro, es una pesadilla», dijo Philip Roth en 1987. En 1972 se trasladó a una casa del siglo XVIII en una parcela rural en Connecticut. Usa como estudio una antigua cabaña de huéspedes, donde va a trabajar después de desayunar y hacer algo de ejercicio. «Escribo desde alrededor de las diez hasta las seis todos los días, con una salida de una hora para el almuerzo y el periódico. Por las noches suelo leer. Eso es básicamente todo».

9) Alice Munro (Wingham, 1931)

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En la década de los 50, Alice Munro era madre y ama de casa, por lo que solo podía escribir cuando sus tareas domésticas se lo permitían. Solía encerrarse por la tarde en su habitación para escribir, aprovechando que su hija pequeña dormía la siesta y la mayor estaba en el colegio. A principios de 1960, la premio Nobel de Literatura alquiló una oficina encima de una farmacia para escribir, pero la dejó después de cuatro meses por culpa del casero (era muy pesado y la interrumpía permanentemente).

10) Jonathan Franzen (Chicago, 1959)

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En 2001, mientras trabajaba en «Las correcciones»Jonathan Franzen se encerraba en su estudio de Harlem con las luces apagadas y las persianas bajadas, sentado frente al ordenador, con orejeras y tapones en los oídos y los ojos vendados. Tardó cuatro años en terminar la novela y descartó miles de páginas. «Me pasaba el día puliéndolo, hasta que ya a las cuatro de la tarde no tenía más remedio que admitir que era malo. Entre las cinco y las seis, me emborrachaba con vasitos de vodka. Luego cenaba, a altas horas de la noche, consumido por una enfermiza sensación de fracaso. Me odiaba a mí mismo todo el tiempo».

Tomado de: http://www.abc.es/cultura/libros 

domingo, 4 de octubre de 2015

Luz caleidoscópica


Luz y sombras 


Dicen que el mundo es negro,

una eterna sombra caída.

Pero por muy oscuro que sea el día

el sol siempre vuelve… siempre brilla.  

Solo has de saber ver las sombras

como una ruptura con la monotonía.

Porque si solo hubiese luces

en realidad nada brillaría. 

Si solo hubiese alegrías:

¿Quién las apreciaría?

Si solo hubiese tristeza:

¿Qué sentido tendría la vida? 

Es la melancolía quien compone

los más bellos poemas.

Y es la alegría la que torna

almas vacías en vidas llenas. 
Melina Vázquez

jueves, 1 de octubre de 2015

Jorge Luis Borges: El disco




Soy leñador. El nombre no importa. La choza en que nací y en la que pronto habré de morir queda al borde del bosque. Del bosque dicen que se alarga hasta el mar que rodea toda la tierra y por el que andan casas de madera iguales a la mía. No sé; nunca lo he visto. Tampoco he visto el otro lado del bosque. Mi hermano mayor, cuando éramos chicos, me hizo jurar que entre los dos talaríamos todo el bosque hasta que no quedara un solo árbol. Mi hermano ha muerto y ahora es otra cosa la que busco y seguiré buscando. Hacia el poniente corre un riacho en el que sé pescar con la mano. En el bosque hay lobos, pero los lobos no me arredran y mi hacha nunca me fue infiel. No he llevado la cuenta de mis años. Sé que son muchos. Mis ojos ya no ven. En la aldea, a la que ya no voy porque me perdería, tengo fama de avaro pero ¿qué puede haber juntado un leñador del bosque? 
Cierro la puerta de mi casa con una piedra para que la nieve no entre. Una tarde oí pasos trabajosos y luego un golpe. Abrí y entró un desconocido. Era un hombre alto y viejo, envuelto en una manta raída. Le cruzaba la cara una cicatriz. Los años parecían haberle dado más autoridad que flaqueza, pero noté que le costaba andar sin el apoyo del bastón. Cambiamos unas palabras que no recuerdo. Al fin dijo: 
- No tengo hogar y duermo donde puedo. He recorrido toda Sajonia. Esas palabras convenían a su vejez. Mi padre siempre hablaba de Sajonia; ahora la gente dice Inglaterra. Yo tenía pan y pescado. No hablamos durante la comida. Empezó a llover. Con unos cueros le armé una yacija en el suelo de tierra, donde murió mi hermano. Al llegar la noche dormimos. 
Clareaba el día cuando salimos de la casa. La lluvia había cesado y la tierra estaba cubierta de nieve nueva. Se le cayó el bastón y me ordenó que lo levantara. 
- ¿Por qué he de obedecerte? - le dije. 
- Porque soy un rey - contestó. 
Lo creí loco. Recogí el bastón y se lo di. 
Habló con una voz distinta. 
- Soy rey de los Secgens. Muchas veces los llevé a la victoria en la dura batalla, pero en la hora del destino perdí mi reino. Mi nombre es Isern y soy de la estirpe de Odín. 
- Yo no venero a Odín - le contesté -. Yo venero a Cristo. Como si no me oyera continuó: 
- Ando por los caminos del destierro pero aún soy el rey porque tengo el disco. ¿Quieres verlo? 
Abrió la palma de la mano que era huesuda. No había nada en la mano. Estaba vacía. Fue sólo entonces que advertí que siempre la había tenido cerrada. Dijo, mirándome con fijeza: - Puedes tocarlo. 
Ya con algún recelo puse la punta de los dedos sobre la palma. Sentí una cosa fría y vi un brillo. La mano se cerró bruscamente. No dije nada. El otro continuó con paciencia como si hablara con un niño: 
 - Es el disco de Odín. Tiene un solo lado. En la tierra no hay otra cosa que tenga un solo lado. Mientras esté en mi mano seré el rey. 
 - ¿Es de oro? - le dije. 
- No sé. Es el disco de Odín y tiene un solo lado. 
Entonces yo sentí la codicia de poseer el disco. Si fuera mío, lo podría vender por una barra de oro y sería un rey. 
Le dije al vagabundo que aún odio: 
- En la choza tengo escondido un cofre de monedas. Son de oro y brillan como el hacha. Si me das el disco de Odín, yo te doy el cofre. 
Dijo tercamente: 
 - No quiero. 
 - Entonces - dije - puedes proseguir tu camino. 
Me dio la espalda. Un hachazo en la nuca bastó y sobró para que vacilara y cayera, pero al caer abrió la mano y en el aire vi el brillo. Marqué bien el lugar con el hacha y arrastré el muerto hasta el arroyo que estaba muy crecido. Ahí lo tiré. 
Al volver a mi casa busqué el disco. No lo encontré. Hace años que sigo buscando.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

La ortografía de la calle III

III edición de La ortografía de la calle. Los reporteros gráficos de 4º ESO se convierten en detectives de los errores ortográficos en las calles de su pueblo y de los pueblos vecinos.

José Diego Chaves

 
Alonso Cano
Noelia Martínez
Miriam Roque
Delia Cadena
Rocío Mas
Alejandro Martínez

 

lunes, 13 de julio de 2015

Victoriano Crémer: Canción para dormir a un niño pobre

Victoriano Crémer nace en Burgos el 18 de diciembre de 1906. Hijo de un trabajador de la Compañía de Ferrocarriles del Norte de España. Desde muy pequeño tiene que simultanear los estudios con pequeños trabajos como vendedor de periódicos o labores en el campo. Se traslada con su familia a León, donde tras completar sus estudios comienza a trabajar de mancebo de botica y de tipógrafo. Apoyó el movimiento anarco-sindicalista y estuvo encarcelado en la época de la guerra civil. Fue redactor de El Correo Español-El Pueblo Vasco, de Bilbao, Las Provincias, de Valencia, Diario de León, Informaciones, de Madrid y de El Norte de Castilla, de Valladolid. Obtuvo en 1951, el Premio Boscán de Poesía, concedido en Barcelona, por su obra Nuevos cantos de vida y esperanza y ha sido galardonado con el Premio Nacional de Literatura en 1962; el Premio de Poesía Castellana Ciudad de Barcelona en 1971, con el Premio Castilla y León de las Letras en 1994, con la Medalla de Oro al Mérito del Trabajo en 2007, el Premio Gil de Biedma en 2008 por su poemario El último jinete y con la Medalla de Oro al Mérito en Bellas Artes en 2009. Victoriano Crémer falleció en León el 27 de junio de 2009, a los 102 años.
Entre su obra poética podemos mencionar: Tendiendo el vuelo (1928), Tacto sonoro (1944), Caminos de mi sangre (1947), Las horas perdidas (1949), Furia y paloma (1956), El amor y la sangre y Los cercos (1976). Ha escrito también las novelas Libro de Caín (1958) e Historias de Chu-ma-Chuco (1970), en las que se ocupa de temas sociales. Crémer escribió una poesía impura y humanizada, que conectaba con la línea de Pablo Neruda de los años 30 y aludió a los problemas obreros, tropezando en ocasiones con la censura de su época.   
Es uno de los mejores representantes de la llamada poesía desarraigada de posguerra y canalizó los intereses de toda una generación de poetas que encontraron en ella salida a su expresión. Crémer incluyó en su obra una serie de intereses que van desde las preocupaciones existencialistas a la denuncia de la injusticia social y la degeneración de los valores en la sociedad contemporánea.

En esa línea de denuncia social se inscribe este poema, que cuenta el diáologo entre un niño pobre y su madre. Aquél le pide comida a esta, y su madre, que no tiene nada que darle, se pierde en ensoñaciones para que su hijo trate de olvidarse de que tiene hambre.

Ángeles con espadas
custodian el aire.
Un toro de sombra
mugiendo en los árboles.

—Madre, tengo miedo
del aire.

Mira las estrellas.
Aún no son de nadie;
ni son del Obispo
ni son del Alcalde.

—Madre, quiero una
que hable.

Patitas de cabra
siguen vacilantes
al osito blanco
de la luna errante.

—Madre, quiero un oso
que baile.

Pandero de harina:
luna en el estanque.
Las cinco cabrillas
sin cesar, tocándole.

—Madre, se me hielan
las carnes.

Floridas de escarcha
ya son como panes.
La aurora las dora
y acorteza el aire.

—Madre, no te oigo.
¡Tengo hambre!

¡Uuuuuuuh...! Duerme, mi niño;
que viene el aire
y se lleva a los niños
que tienen hambre.

domingo, 28 de junio de 2015

Jua José Arreola: Teoría de Dulcinea

En conmemoración del cuarto centenario de la publicación de la 2ª parte del Quijote, traigo hoy este relato del escritor mexicano Juan José Arreola, que hace una reinterpretación de las figuras de don Quijote y de Dulcinea, a la que saca de la imaginación cervantina para convertirla en persona de carne y hueso.



En un lugar solitario cuyo nombre no viene al caso hubo un hombre que se pasó la vida eludiendo a la mujer concreta. Prefirió el goce manual de la lectura, y se congratulaba eficazmente cada vez que un caballero andante embestía a fondo uno de esos vagos fantasmas femeninos, hechos de virtudes y faldas superpuestas, que aguardan al héroe después de cuatrocientas páginas de hazañas, embustes y despropósitos. 
En el umbral de la vejez, una mujer de carne y hueso puso sitio al anacoreta en su cueva. Con cualquier pretexto entraba al aposento y lo invadía con un fuerte aroma de sudor y de lana, de joven mujer campesina recalentada por el sol. 
 El caballero perdió la cabeza, pero lejos de atrapar a la que tenía enfrente, se echó en pos a través de páginas y páginas, de un pomposo engendro de fantasía. Caminó muchas leguas, alanceó corderos y molinos, desbarbó unas cuantas encinas y dio tres o cuatro zapatetas en el aire. 
Al volver de la búsqueda infructuosa, la muerte le aguardaba en la puerta de su casa. Sólo tuvo tiempo para dictar un testamento cavernoso, desde el fondo de su alma reseca. Pero un rostro polvoriento de pastora se lavó con lágrimas verdaderas, y tuvo un destello inútil ante la tumba del caballero demente.

domingo, 14 de junio de 2015

José Antonio Ramírez Lozano: Catalina la de Merlo




Bonita iniciativa la que se viene desarrollando desde hace diecisiete años en Trigueros con un certamen intenacional de narraciones breves. La idea partió de un profesor de Educación Física del IES Dolmen de Soto, Luis Domingo Delgado, apasionado por la lectura y por la literatura. Lo propuso al director, que lo apoyó sin dudarlo. De ahí al ayuntamiento. Había que intentarlo. Pero todo concurso debe contar con un premio y con alguien que lo patrocine. El alcalde de entonces, Domingo Prieto, apoyó la idea e incluso sugirió el nombre del certamen, Fernando Belmonte, un humanista triguereño, abogado y diputado republicano. El ayuntamiento se hace cargo del pago del primer premio.
Después llegaron las colaboraciones de la Diputación Provincial, la Fundación Cajasol, empresas locales, la Delegación Provincial de Educación y La Caixa.
Y cada año por estas fechas se celebra una fiesta de la palabra para reconocer la obra de los premiados que se ameniza con actuaciones musicales, recitales poéticos, representaciones teatrales, etc.
Este año durante la entrega de premios ha intervenido el trío de capilla Gólgota interpretando piezas de Mozart y Gabriel's de Ennio Morricone, una delicia para los oídos. La segunda parte estuvo dedicada a saborear la palabra de la mano de La Caravana del verso, un recital poético magnífico conducido por la voz profunda y serena de Joaquín de la Buelga, que nos regaló la palabra bien dicha de Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Alberti, Julio Llamazares, Félix Grande,...
Fue el momento de comprender que la litertaura es eso, el oficio personal de un autor que llega a trascender y se universaliza, cuando produce la respuesta emocional en las gentes de otros sitios y de otros momentos.
Eso fue lo que pasó el viernes 12 de junio. Aunque el relato que os traigo en esta entrada es el que ganó en la edición del año pasado. El autor es José A. Ramírez Lozano, profesor de Lengua y Literatura en Secundaria y compañero de departamento del que esto escribe en el IES Mateo Alemán hace ya algunos lustros.
Se trata de un relato que habla de la incomunicación en la sociedad actual. Una incomunicación que lleva a la protagonista a buscar una palabra de amor, aunque para ello tenga que llegar a la impostura.
Pueden leerlo aquí.

domingo, 31 de mayo de 2015

Enrique Jardiel Poncela: Un marido sin vocación


Jardiel Poncela (Madrid, 15 de octubre de 1901-Madrid, 18 de febrero de 1952) pertenece a lo que dio en llamar "la otra Generación del 27". Su obra, relacionada con el teatro del absurdo, se alejó del humor tradicional y se acercó a otro más intelectual, inverosímil e ilógico; rompió así con el naturalismo tradicional imperante en el teatro español de la época. Esto le supuso ser atacado por una gran parte de la crítica de su tiempo, ya que su humor hería los sentimientos más sensibles y abría un abanico de posibilidades cómicas que no siempre eran bien entendidas.


Nota: Narración escrita por el autor sin utilizar la letra “e”.

Un otoño -muchos años atrás-, cuando más olían las rosas y mayor sombra daban las acacias, un microbio muy conocido atacó, rudo y voraz, a Ramón Camomila: la furia matrimonial.
-¡Hay un matrimonio próximo, pollos! -advirtió como saludo a su amigo Manolo Romagoso cuando subían juntos al Casino y toparon con los camaradas más íntimos.
-¿Un matrimonio?
-Un matrimonio, sí -corroboró Ramón.
-¿Tuyo?
-Mío.
-¿Con una muchacha?
-¡Claro! ¿Iba a anunciar mi boda con un cazador furtivo?
-¿Y cuándo ocurrirá la cosa?
-Lo ignoro.
-¿Cómo?
-No conozco aún a la novia. Ahora voy a buscarla…
Y Ramón Camomila salió como una bala a buscar novia por la ciudad.
A las dos horas conoció a Silvia, una chica algo rubia, algo baja, algo gorda, algo sosa, algo rica y algo idiota; hija única y suscriptora contumaz a La moda y la Casa (publicación para muchachas sin novio).
Y al año, todos los amigos fuimos a la boda. ¡La boda! ¡Bah!… Una boda como todas las bodas: galas blancas, azahar por todos lados, alfombras, música sacra, bimbas, sonrisas, codazos, almohadón para hincar las rodillas los novios y para hincar las rodillas los padrinos; lunch, sandwichs duros como un fiscal…
Al onzavo sandwich hubo una fuga súbita por la sacristía y un auto pasó raudo, y unos gritos brotaron:
-¡Adiós! ¡Adiós! ¡Vivan los novios! ¡Vivaaan!
Y los amigos cogimos otro sandwich -dozavo- y otra copita. Y allí acabó la cosa.

Mas, para Ramón Camomila, la cosa no había acabado allí…
Al contrario: allí daba principio.
Y al subir con su novia al auto fugitivo, vio claro, vio clarísimo: ni amaba a Silvia, ni notaba inclinación ninguna al matrimonio, ni sintió su alma con la vocación más mínima por construir un hogar dichoso.
-¡Soy un idiota! -murmuró Ramón-. No valgo para marido, y lo noto cuando ya soy ciudadano casado…
Y corroboró rabioso:
-¡Soy un idiota!
Silvia, arrinconada junto a Ramón, bajaba los ojos con rubor, y al bajar los ojos subía dos mil grados la rabia masculina.
-¡Dios mío! -gruñía Ramón mirándola-. ¡Casado! ¡Casado con una niña insulsa como unas natillas!… No hay ya salvación para mí…, ¡no la hay!
Incapaz para dominar su irritación, dirigió unas palabras durísimas a Silvia.
-¡Prohibido fingir rubor y mirar a la alfombra! -gritó. (Silvia miró al parabrisas con infantil docilidad).
Y Ramón añadió para su sayo, alumbrado por una brusca solución:
-Voy a lograr su odio. Voy a obligarla a suplicar un divorcio rápido. Poco valgo si no logro inspirarla asco con cuatro o cinco burradas a cual más disparatada…
Y tal solución tranquilizó mucho a su alma.

Por lo pronto, al subir a la fotografía (visita clásica tras una boda), Ramón hizo la burrada inicial. Un fotógrafo modoso y finísimo abordó a Ramón y a Silvia.
-Grupo nupcial, ¿no? -indagó.
-Sí -dijo Ramón. Y añadió-: Con una variación.
-¿Cuál?
-La sustitución más original vista hasta ahora… Novio por fotógrafo. Hoy hago yo la foto… ¡Viva la originalidad!
Y Ramón aproximó la máquina y advirtió al asombrado fotógrafo:
-¡Vamos! Coja por la mano a la novia y sonría con ilusión. La cara más alta… ¡Cuidado! ¡Así!… ¡Ya!
Ramón tiró la placa, y a continuación obligó al pago al fotógrafo; guardó los duros y salió con Silvia orondo y dichoso.
-¡Al auto! -mandó. (Silvia ahora iba llorando)-. ¡La cosa marcha! -susurró Ramón.

Al otro día trasladaban sus organismos a Irún. (Lo clásico, asimismo, tras una boda.)
Ramón no quiso subir al vagón con Silvia.
-Yo viajo con los maquinistas -anunció-. Voy a la locomotora… ¡Hasta la vista!
Y subió a la locomotora, y ocupó su actividad ayudando a partir carbón. Al arribar a Irún había adquirido un magnífico color antracita.
***
Ya allí, compró sus harapos a un sordomudo andrajoso, vistió los harapos y marchó a la fonda a buscar a Silvia.
Y tocado con las ropas andrajosas anduvo por Irún, acompañando a Silvia y cogido a su brazo mórbido y distinguido. Nutrido público los miraba al pasar, asombrado.
Silvia sufría cada día más.
-¡La cosa marcha! ¡La cosa marcha! -murmuraba todavía Ramón-. Pronto rogará Silvia un divorcio total. Sigamos con las burradas. Sigamos con la droga antimatrimonial, multiplicando la dosis.
***
Ramón vistió a continuación sus fracs más maravillosos, y al pisar un salón, un dancing u otro lugar público acompañado por Silvia, imitaba a los criados, y con un paño al brazo acudía solícito a todas las llamadas.
Una mañana pintó sus párpados con barniz rojo.
***
Por fin lo trasladaron al manicomio.
Y Ramón asistió a su propia dicha: su contrato matrimonial yacía roto y vivía imposibilitado para otra boda con otra Silvia… 


FIN

Ventanilla de cuentos corrientes, Madrid, 1930

viernes, 8 de mayo de 2015

Comenius meeeting in Sundsvall (Suecia) del 14 al 19 de abril


Dentro de las actividades de este segundo programa Comenius en el que el IES Pablo Neruda está embarcado desde el curso 2013-14 el pasado martes 14 de abril dos profesores y dos alumnos partimos con ilusión hacia Sundsvall (Suecia) para participar en un nuevo encuentro de intercambio de experiencias y de conocimiento mutuo entre los centros de Secundaria que intervaníamos: Suecia, Austria, Reino Unido, Italia y España. Han sido 17 horas de viaje para allá y otro tanto de vuelta.
El asunto de este encuentro ha sido la Atención a la Diversidad. Cada centro ha presentado su forma de tratar la diversidad con los medios de que dispone. Desde aquí queremos agradecer a Isabel y a Lola la colaboración prestada para nuestra aportación en esta cita.



De nuevo hay que recalcar que lo que da valor a estas experiencias es que nuestros estudiantes conviven por unos días con la familia sueca de acogida. Han tenido que desarrollar sus competencias lingüísticas en la lengua inglesa, han conocido nuevas costumbres, nuevos paisajes y nuevas formas de entender las cosas.
El horario de trabajo es similar al nuestro, si bien es cierto que cuando nosostros hacemos la parada del desayuno, allí es hora de comer. Acabado el almuerzo, seguimos con el trabajo.
Los alumnos nuestros han participado en la actividad académica del centro, pero también en las actividades propias de este intercambio, preparando, junto con los profesores en algunos casos, los trabajos que había que exponer en una puesta en común que se realizó en el vestíbulo del instituto el viernes después de la cena, como una de las actividades programadas en el "Cultural Evening", que por cierto resultó muy ameno y estuvo muy bien orquestado por los estudiantes suecos.





También hemos tenido algo de tiempo para conocer los alrededores, y propia ciudad de Sundsvall y su leyenda del dragón, su emblema. Cuenta esta leyenda que en el año 1888 sufrió un terrible incendio que la dejó reducida a cenizas. Literalmente. No era la primera vez que Sundsvall ardía, también lo hizo un siglo antes cuando los rusos le prendieron fuego pero nunca hasta entonces lo había hecho con tanta violencia y destrucción. Dicen que fue el mayor incendio visto en Suecia. Hay que tener en cuenta que en la época era común que las ciudades estuvieran construidas principalmente en madera. Pura estopa. Pero parece que una casa se salvó de esta tragedia, cuya veleta tenía forma de dragón. De ahí que la gente asociara a este ser legendario con la salvación de la ciudad. Desde entonces El dragón se puede ver por toda Sundsvall de muy distintas maneras, y, cómo no, nos lo encontramos en la entrada del instituto.

 

El sábado Kurt, profesor sueco de Historia, fue quien nos acompañó a conocer un poco de la historia de la comarca, nos invitó a café en una cabaña de sus padres junto a uno de los muchos lagos que hay por esas tierras, y nos llevó a comer a un lugar privilegiado, un restaurante que hay en la cima de un monte que rodea la ciudad, con unas vistas magníficas sobre Sundsvall y el mar Báltico que baña las costas suecas.


Y ya poco más, porque había que madrugar. Nos esperaban muchas horas de viaje de vuelta. 
Cansados, pero más que satisfechos.

Próxima parada: Polonia. Y broche final a este Comenius.