Mason Currey recopila en «Rituales cotidianos» las rarezas de más de 160 artistas, entre los que destacan autores como Scott Fitzgerald, Truman Capote, Philip Roth o Alice Munro
1). Scott Fitzgerald (1896-1940)F. Scott Fitzgerald siempre tuvo problemas para llevar un horario normal. Durante su estancia en París en 1925 se levantaba sobre las once y solía ponerse a escribir sobre las cinco de la tarde. Seguía hasta bien entrada la madrugada, aunque muchas noches las pasaba recorriendo los cafés junto a Zelda. Su verdadera escritura tenía lugar en «breves raptos de actividad concentrada», hasta el punto de llegar a escribir 8.000 palabras del tirón. El problema es que el autor de «El Gran Gatsby» fue poco a poco convenciéndose de que el alcohol era esencial para su proceso creativo (su favorita era la ginebra sola, ya que era difícil de detectar en el aliento y su efecto era rápido).
2) Arthur Miller (1915-2005)«Ojalá tuviese yo una rutina para escribir», dijo Henry Miller en una entrevista en 1999. «Me levanto por la mañana, voy a mi estudio y escribo. ¡Y luego lo rompo todo! Esa es la rutina, en realidad. Entonces, ocasionalmente, algo queda. Y eso es lo que continúo. La única imagen que me viene a la mente es la de un hombre que camina con una vara de hierro en la mano durante una tormenta de rayos».
3) Haruki Murakami (Kioto, 1949)
Haruki Murakami se
despierta a las cuatro de la mañana y trabaja de cinco a seis horas
seguidas cuando está escribiendo un libro. Entrada la tarde, el escritor
japonés nada, corre, lee, escucha música y se acuesta a las nueve.
Murakami ha reconocido que mantener este ritual durante el tiempo
necesario para terminar una novela requiere de algo más que disciplina
mental. El único problema, como el propio autor reconoció en un ensayo
en 2008, es que casi debe renunciar a la vida social: «La gente se
ofende cuando uno rechaza repetidamente sus invitaciones».
4) Henry James (1843-1916)
Henry James siempre
mantuvo hábitos de trabajo regulares. Escribía todos los días.
Comenzaba por la mañana, temprano, y lo dejaba cerca de la hora de
comer. En sus últimos años, un dolor de muñeca hizo que abandonara su
pluma y tuviera que dictar sus textos a un secretario que llegaba cada
día a las nueve y media de la mañana. Por las tardes, leía, tomaba el
té, salía a pasear, cenaba y pasaba la noche tomando apuntes para el
trabajo del día siguiente. Tan pronto terminaba un libro comenzaba otro
nuevo.
James Joyce solía
levantarse entrada la mañana y escribía por la tarde, ya que según él
era cuando «la mente está en su mejor momento». Las noches las pasaba en
cafés o restaurantes y con frecuencia amanecía cantando viejas
canciones irlandesas en el bar (se enorgullecía de su voz de tenor). En
1914, cuando ya había empezado el «Ulises»,
trabajaba en el libro todos los días, aunque seguía escribiendo por las
tardes y dedicando las noches a confraternizar con sus amigos. En
octubre de 1921 terminó por fin la novela, después de siete años de
trabajo: «Calculo que debo haber pasado casi 20.000 horas escribiendo
“Ulises”».
Martin Amis escribe
de lunes a viernes en una oficina que está a poco más de un kilómetro
de su domicilio londinense. Cumple con un horario de oficina, pero solo
dedica una parte de ese tiempo a escribir. «Todo el mundo supone que soy
una persona sistemática y uncida al yugo. Creo que la mayoría de los
escritores se sentirían muy felices con dos horas de trabajo
concentrado».
Truman Capote escribía
cuatro horas al día. Revisaba su obra por las noches o a la mañana
siguiente y hacía dos versiones manuscritas a lápiz antes de
mecanografiar una copia definitiva. Era muy supersticioso. Escribir en
la cama era la menor de sus supersticiones. En el mismo cenicero no
podía haber tres colillas al mismo tiempo y, si estaba en casa de
alguien, metía los restos de cigarrillo en sus bolsillos para no llenar
el cenicero. Los viernes no podía empezar ni terminar nada y sumaba
números en su cabeza de forma compulsiva.
«Escribir no es un trabajo duro, es una pesadilla», dijo Philip Roth en
1987. En 1972 se trasladó a una casa del siglo XVIII en una parcela
rural en Connecticut. Usa como estudio una antigua cabaña de huéspedes,
donde va a trabajar después de desayunar y hacer algo de ejercicio.
«Escribo desde alrededor de las diez hasta las seis todos los días, con
una salida de una hora para el almuerzo y el periódico. Por las noches
suelo leer. Eso es básicamente todo».
En la década de los 50, Alice Munro era
madre y ama de casa, por lo que solo podía escribir cuando sus tareas
domésticas se lo permitían. Solía encerrarse por la tarde en su
habitación para escribir, aprovechando que su hija pequeña dormía la
siesta y la mayor estaba en el colegio. A principios de 1960, la premio Nobel de Literatura alquiló
una oficina encima de una farmacia para escribir, pero la dejó después
de cuatro meses por culpa del casero (era muy pesado y la interrumpía
permanentemente).
En 2001, mientras trabajaba en «Las correcciones», Jonathan Franzen se
encerraba en su estudio de Harlem con las luces apagadas y las
persianas bajadas, sentado frente al ordenador, con orejeras y tapones
en los oídos y los ojos vendados. Tardó cuatro años en terminar la
novela y descartó miles de páginas. «Me pasaba el día puliéndolo, hasta
que ya a las cuatro de la tarde no tenía más remedio que admitir que era
malo. Entre las cinco y las seis, me emborrachaba con vasitos de vodka.
Luego cenaba, a altas horas de la noche, consumido por una enfermiza
sensación de fracaso. Me odiaba a mí mismo todo el tiempo».
Tomado de: http://www.abc.es/cultura/libros
1 comentario:
Me gustan todos… (anécdota literaria)
Ayer estaba yo escuchando poesía con mis auriculares y llegó mi marido. Me preguntó qué escuchaba. – Pues mira, Vicente Aleixandre y San Juan de la Cruz. – Hija, le das a todos los palos. – Es que soy muy “promiscua”.
Como me mirara con el entrecejo fruncido, aclaré: – Lo siento, es que me gustan todos: Lorca, Miguel Hernández, Neruda, Salinas, Juan Ramón Jiménez, Borges, Cernuda, Bécquer, Garcilaso… – Bueno, entonces no tengo de qué preocuparme, todos están muertos. – No creas… también me gustan los vivos: Antonio Gala, García Montero…
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