miércoles, 18 de mayo de 2016

Antonio Colinas: La llama


El leonés Antonio Colinas ha ganado el XXV Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, que conceden Patrimonio Nacional y la Universidad de Salamanca en reconocimiento al conjunto de la obra de un autor vivo que haya acrecentado el patrimonio cultural iberoamericano.
Colinas (La Bañeza, León, 1946) es fundamental para entender no solo la lírica contemporánea escrita en lengua española, sino también para ahondar en una forma de pensamiento donde razón y emoción se dan la mano, siguiendo a María Zambrano, uno de los referentes del poeta.
"Su verso nunca adolece de falta de ritmo, tiene una sonoridad inigualable; es un poeta de altura", ha dicho del galardonado el también poeta Luis Alberto de Cuenca, uno de los miembros del jurado y gran conocedor de la obra de "un hombre que no ha desempeñado otra tarea que escribir" y que "ha estado varios años en la antesala del premio".
 De Cuenca ha glosado la figura de este miembro de la Generación de los Novísimos, que evolucionó de una poesía culturalista a otra "más zambraniana", y en cuya personalidad poética han influido, además de Zambrano, Virgilio y San Juan de la Cruz.

Fuente: Agencia EFE

 
LA LLAMA

Hoy comienzo a escribir como quien llora.
No de rabia, o dolor, o pasión.
Comienzo a escribir como quien llora
de plenitud saciado,
como quien lleva un mar dentro del pecho,
como si el ojo contuviera toda
esa inmensa colmena que es el firmamento
en su breve pupila.

Me enciendo por pasadas plenitudes
y por estas presentes enmudezco.
Lloro por tener cerca una mujer,
por el agua de un monte
que suena entre cipreses en un lugar de Grecia;
lloro porque en los ojos de mi perro
hallo la humanidad, por la arrebatadora
música que quizá no merecemos,
por dormir tantas noches en sosiego profundo
bajo el icono y en su luz de oro,
y por la mansedumbre de la vela,
que sólo es eso, llama.
Comienzo a escribir y también la escritura
llora, porque respira y quema, porque pasa.
Qué gran gozo sentirme
yo mismo esa palabra que va ardiendo.
(Porque yo también ardo y también paso.)
Contemplo una llama muy quieta en la penumbra
de suaves jardines,
a la orilla de un mar calmo y antiguo,
y me voy encendiendo con la dicha
de saber que no existe otra verdad
que no sea esa llama, es decir,
la del amor que es don y que es condena.
Son llamas las palabras y son llamas los ojos,
que lloran sin llorar por el ser que yo fui
(aquel fuego cansado que temblaba
junto a otros jardines de otro mar)
y por el ser que ahora está mirando
fijamente una llama,
y que es, en soledad, la llama más gozosa.

2 comentarios:

Marina Filgueira dijo...

Pues felicidades porque es un poema precioso. Me gusta ese llorar sin llorar y esa llama... De amor.

Un saludo y ten una feliz semana.

Eloísa dijo...

Hace tiempo que sigo este blog, que descubrí a raíz de los deberes de mi hija.
Tras años leyendo novelas (algunas buenas, pero no todas precisamente edificantes ni recomendables, por su calidad), este blog y esta voz me van llevando de vuelta a la poesía, que hace mucho que no leía, -porque tendemos a acomodarnos-.
Frente a algunas de estas novelas comerciales estériles de las que no recuerdo nada, encuentro poesía preñada de belleza, de sentido de la vida y de filosofía. Y me dejo llevar por esta voz serena, tranquilizadora, sugestiva, envolvente.
!Qué delicia de viaje de regreso! !Y qué estimulante!
Gracias.