viernes, 22 de julio de 2016

Antonio Colinas: Los últimos veranos



Padres: aunque intuyo un vacío
que sólo con dolor podrá el tiempo llenar,
estos últimos años vuestros
son, en verdad, los más bellos años míos;
porque, aunque hay un final que puede amenazarlos,
los va intensificando el verdadero amor.
Sí, por maduros y temibles son
los instantes más bellos de mi vida,
porque al irse abriendo en mí el vacío
de vuestra ausencia
definitivamente cierro cada duda
del ser y del no ser.
(No hay dudas ya en el tiempo del amor).

¿Y qué daría yo por detener
esta luz de los últimos veranos,
las auroras de oro en nuestras vegas?
Todo es verde y dorado en esa luz.
Así es que esperadme en el fuego o la nieve
de aquellos cielos fríos,
de aquellos cielos puros.
Sabed que ya no quedan
espinos en los nidos de otro días
(son tan sólo las zarzas que rodean
los huertos y los prados de León;
los que tienen un fondo de espadañas,
de cicatrices de piedras ferrosas,
de adobe enfebrecido,
y humedades de tréboles y juncos
flotando en madrugadas de silencio).

Esperad y que sienta
temblar un día más vuestras dos vidas
como temblaban álamos de junio
(jóvenes y con pájaros)
junto a los ríos de mi adolescencia.
No vayáis más allá.
Que perdure este instante
perfumado de muerte y de amor verdadero.
No atraveséis aún la frontera infinita.

2 comentarios:

Eloísa dijo...

Es un placer escuchar estos hermosos versos en esta hermosa voz.

La orfandad nos puede ocurrir a los seis años, a los quince o a los cuarenta y ocho. En cualquier caso, si hemos tenido unos buenos padres, siempre nos deja un vacío, una sensación de pérdida infinita y un desamparo.
Mientras nuestros padres están, nos sentimos protegidos, escuchados y aconsejados. Y cuando faltan, nos quedamos en primera línea, a merced de la existencia.
Pero esto es una cadena de eslabones.
Asegurémonos de proteger, escuchar y aconsejar bien a nuestros hijos, para que tengan buenas razones para echarnos de menos, muy lejos en el futuro.

Eloísa dijo...

Hace dos días murió mi padre. Y aunque estoy triste, doy gracias por haberlo tenido tanto tiempo con nosotros, por haber disfrutado con él, por haber tenido que renunciar a veces a algunas cosas para cuidarlo porque así hemos entendido el valor del amor y del sacrificio y cómo lo haces gustosamente por quienes amas. Y gracias por seguir aquí en esta vida tan buena, con mi familia, con mis amigos, con los pequeños grandes placeres de cada día que tengo la firme intención de seguir saboreando despacito hasta que me toque a mí el turno de irme con ellos, con mis padres.