lunes, 26 de diciembre de 2016

Margaret Atwood: Penélope y las doce criadas (Cap. 22/29)


22
Helena se da un baño

Estaba paseando entre los asfódelos, reflexionando sobre el pasado, cuando vi acercarse a Helena. La seguía su habitual horda de espíritus masculinos, todos muy excitados. Ella ni siquiera los miraba, aunque evidentemente era consciente de su presencia. Mi prima siempre ha tenido un par de antenas invisibles que perciben hasta el más leve olorcillo a hombre.
-Hola, patita -me dijo con su proverbial tono afable y condescendiente-. Voy a darme un baño. ¿Te apetece venir?
-Ahora somos espíritus, Helena -repliqué, esforzándome por componer una sonrisa-. Los espíritus no tenemos cuerpo. No nos ensuciamos. No necesitamos bañarnos.
-Pero si cuando yo me bañaba siempre era por motivos espirituales -dijo Helena abriendo mucho sus preciosos ojos-. Lo encontraba tan relajante, en medio de tanta agitación ... No te puedes imaginar lo agotador que resulta tener a tantísimos hombres peleándose por ti, año tras año. La belleza divina es una carga tremenda. ¡Al menos tú te has ahorrado eso!
-¿ Vas a quitarte la túnica de espíritu? -pregunté sin hacer caso de la burla.
-Todos conocemos tu legendario pudor, Penélope -contestó-. Estoy segura de que si algún día te bañaras te dejarías puesta la túnica, como supongo que hacías cuando estabas viva. Por desgracia -añadió sonriendo-, el pudor no era uno de los dones que me concedió Afrodita, la amante de la risa. Prefiero bañarme sin túnica, aunque sea en forma de espíritu.
-Eso explica la extraordinaria multitud de admiradores que has atraído -,comenté lacónicamente.
-¿Extraordinaria multitud? -repitió ella arqueando las cejas con gesto de inocencia-. Pero si siempre me sigue un tropel de admiradores. Nunca los cuento. Tengo la sensación de que como murieron tantos por mí (bueno, por culpa mía), les debo algo.
-Aunque sólo sea un atisbo de lo que no lograron ver cuando vivían, ¿verdad?
-El deseo no muere con el cuerpo -replicó-. Sólo muere la capacidad de satisfacerlo. Pero echar un vistazo anima a esos pobrecitos.
-Les da un motivo para vivir -dije.
-Estás muy ocurrente -observó-. Mejor tarde que nunca, supongo.
-¿A qué te refieres? ¿A mi agudeza, o a tu baño en cueros como regalo para los muertos?
-¡Qué cínica eres! Que ya no estemos ... bueno, ya sabes, que ya no existamos no significa que tengamos que ser tan negativas. ¡Ni tan ... vulgares! Algunos somos generosos. A algunos nos gusta ayudar en lo posible a los menos afortunados.
-Así que lo que haces es limpiarte la sangre de las manos -dije-. En sentido figurado, por supuesto.
Ofrecer una compensación por todos aquellos cadáveres destrozados. No sabía que fueras capaz de sentirte culpable.
Eso la fastidió. Arrugó la frente y dijo:
-Dime, patita, ¿a cuántos hombres se cargó Odisea por tu culpa?
-A muchos -contesté.
Ella conocía el número exacto: siempre la había llenado de satisfacción que la cifra fuera insignificante comparada con las pirámides de cadáveres que se amontonaban a su puerta.
-Eso depende de lo que entiendas por «muchos » -puntualizó-. Pero me alegro. Estoy segura de que te sentiste más importante por eso. Quizá hasta te sentiste más guapa. -Sonrió sólo con los labios-. Bueno, tengo que irme, patita. Ya nos veremos. Disfruta de los asfódelos.
Y se alejó flotando, seguida de su embelesado séquito.

No hay comentarios: