Ramón J. Romero Pérez se inserta en la idea tantas veces repetida por los filósofos desde la antigüedad acerca de la brevedad de la vida, de su fugacidad y de que solo existe la idea cierta del presente, que permanentemente se nos escurre entre los dedos. Ya lo decía don Francisco de Quevedo:
Huye sin percibirse lento el día;
con silencio se acerca, y despreciada
lleva tras sí la edad lozana mía.
La vida nueva, que en niñez ardía,
la juventud robusta y engañada,
en el postrer invierno sepultada
yace entre negra sombra y nieve fría.
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