domingo, 16 de octubre de 2016

Bob Dylan, ¿un Nobel de literatura para un cantante?

El galardón sueco había despertado más polémicas por motivos políticos que por el género que cultiva el autor 

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Homero es tal vez el autor más leído e influyente de la historia de la cultura occidental. Los historiadores coinciden desde hace poco tiempo en que existió, esto es, en que hubo un autor único; en que posiblemente era ciego y en que no escribió una línea. Sus traductores prefieren decir que “compuso” laIliada y la Odisea y evitan cuidadosamente la palabra escritura. Sus relatos forman parte de una larguísima tradición oral que se prolongó durante toda la antigüedad hasta bien entrado el Renacimiento, donde la cultura escrita comenzó a tomar cuerpo con la imprenta. El bardo francés François Villon o el anónimo autor de El Mío Cid han forjado la literatura occidental, al igual que los cuentos infantiles, relatos orales milenarios. Se puede argumentar que Bob Dylan, cuyo premio Nobel de Literatura ha generado una intensa polémica, forma parte de esa vieja tradición de juglares.
Los Nobel, hasta ahora, habían provocado más discusiones públicas por motivos políticos que por el género literario en el que recaen. En plena Guerra Fría, el galardón a Alexandr Solzhenitsin “recibió muchas críticas no solo en la URSS, sino también en Suecia”, entonces un país neutral, como ha reconocido Peter Englund, anterior secretario permanente de la Academia Sueca. En su testamento, Alfred Nobel dejó establecido que el premio de Literatura debería ser concedido “a una persona que en el campo de la literatura haya producido una obra sobresaliente impulsada por un poderoso ideal”. No existen más indicaciones.
Como las negociaciones son secretas durante 50 años, es imposible saber cuáles son los criterios que se utilizan ahora. En una reciente visita al Museo Nobel, en Estocolmo, sus responsables explicaron que el premio era totalmente ajeno a los criterios políticos, pero que las deliberaciones revelaron que los miembros de la Academia se resistieron a darle el Nobel a Ezra Pound por sus simpatías hacia el fascismo. La inmensa mayoría de los ganadores son narradores, pero las excepciones son numerosas: el segundo premio Nobel, en 1902, fue Theodor Mommsen, el gran historiador de la Roma clásica. Ningún historiador lo volvió a ganar hasta la bielorrusa Svetlana Aleksiévich en 2015. El historiador español Ramón Menéndez Pidal —un gran experto en la lírica medieval— llegó varias veces a la recta final de las discusiones de los académicos suecos, pero nunca lo recibió.
Lo han ganado unos cuantos poetas, algún dramaturgo, pero muy pocos filósofos: solo Jean-Paul Sartre, que lo rechazó aunque figura en la lista de los Nobel porque es una decisión inapelable, y Bertrand Russell “por su defensa de la libertad de pensamiento”. Uno de los personajes clave de la historia del siglo XX, Winston Churchill, lo consiguió en 1953 no solo por sus memorias, sino también “por su brillante oratoria”. Fue también un Nobel a la oralidad. Sus palabras, discursos como el de “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”, no se las llevó el viento, sino que siguen flotando en nuestra conciencia colectiva, pese a que fueron escritas para ser escuchadas, no para ser leídas.
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Artículo de: GUILLERMO ALTARES

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