Como tantísimos príncipes y princesas de los cuentos, la princesa de éste también estaba
mortalmente triste, había perdido su risa y languidecía —hora tras hora— sin que nadie en el palacio supiera qué hacer para remediar ese mal.
—Mi Nunila se está consumiendo... —gemía la reina.
—Mi adorada hijita desfallece... —gemía el rey.
—La princesa está triste... ¿qué tendrá la princesa? —susurraban los servidores.
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