sábado, 19 de junio de 2010

José Saramago: "No me hablen de la muerte porque ya la conozco"


De origen muy humilde, Saramago ha llegado a altas cotas de hondura en su pensamiento. La literatura le ha servido para hacer una continua reflexión sobre la vida y su final. Yo creo que, en puridad, él no escribía novelas en el sentido estricto del término, más bien era una excusa para la exposición del pensamiento que fluye en las palabras de los personajes. La última entrada que se registra en su blog dice lo siguiente:
Creo que en la sociedad actual nos falta filosofía. Filosofía como espacio, lugar, método de reflexión, que puede no tener un objetivo concreto, como la ciencia, que avanza para satisfacer objetivos. Nos falta reflexión, pensar, necesitamos el trabajo de pensar, y me parece que, sin ideas, no vamos a ninguna parte.
Puede decirse que la utopía es lo que lo define con mayor claridad. Su militancia comunista es la manifestación de sus ideales, que expuso con coherencia a lo largo de toda una vida.
Otro de los temas recurrentes de su producción literaria es la idea de Dios y de la religión. Él se declaraba ateo, y siempre dijo que la muerte es lo que ha creado a Dios en la mente de las personas.

Una de las obras que más me han sorprendido del portugués ha sido La caverna, para mí una bella metáfora de la vida. En ella hace una crítica de la sociedad consumista. El protagonista, alfarero, se da cuenta de que su trabajo ha dejado de ser necesario para la gente. Frente a él y su familia están los grandes centros comerciales que quieren acabar con su negocio. Detrás de ello está la filosofía griega de Platón y su mito de la caverna (vivimos observando sombras que se mueven y creemos que eso es la realidad, esa realidad que hoy llamamos virtual)

El Mundo dedica un especial al escritor portugués, que reivindicó la unidad ibérica de España y Portugal. También lo hacen El País y Público.

Fundación José Saramago.

Escucha al Nobel hablando de la novela:



Protopoema

Del ovillo enmarañado de la memoria, de la
oscuridad, de los nudos ciegos, tiro de un hilo
que me aparece suelto.
Lo libero poco a poco, con miedo de que se
deshaga entre mis dedos.
Es un hilo largo, verde y azul, con olor a cieno,
y tiene la blandura caliente del lodo vivo.
Es un río.
Me corre entre las manos, ahora mojadas.
Toda el agua me pasa por entre las palmas
abiertas, y de pronto no sé si las aguas nacen
de mí o hacia mí fluyen.
Sigo tirando, no ya sólo memoria, sino el propio
cuerpo del río.
Sobre mi piel navegan barcos, y soy también los
barcos y el cielo que los cubre y los altos
chopos que lentamente se deslizan sobre la
película luminosa de los ojos.
Nadan peces en mi sangre y oscilan entre dos aguas
como las llamadas imprecisas de la memoria.
Siento la fuerza de los brazos y la vara que los
prolonga.
Al fondo del río y de mí, baja como un lento
y firme latir del corazón.
Ahora el cielo está más cerca y cambió de color.
Y todo él es verde y sonoro porque de rama en
rama despierta el canto de las aves.
Y cuando en un ancho espacio el barco se detiene,
mi cuerpo desnudo brilla bajo el sol, entre el
esplendor mayor que enciende la superficie de
las aguas.
Allí se funden en una sola verdad los recuerdos
confusos de la memoria y el bulto súbitamente
anunciado del futuro.
Un ave sin nombre baja de no sé dónde y va a
posarse callada sobre la proa rigurosa del barco.
Inmóvil, espero que toda el agua se bañe de azul
y que las aves digan en las ramas por qué son
altos los chopos y rumorosas sus hojas.
Entonces, cuerpo de barco y de río en la dimensión
del hombre, sigo adelante hasta el dorado
remanso que las espadas verticales circundan.
Allí, tres palmos enterraré mi vara hasta la piedra
viva.
Habrá un gran silencio primordial cuando las
manos se junten con las manos.
Después lo sabré todo.

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